Se puede partir de cualquier cosa, una caja de fósforos, un
golpe de viento en el tejado, el estudio número 3 de Scriabin, un grito allá
abajo en la calle, esa foto del Newsweek, el cuento del gato con botas, el
riesgo está en eso, en que se puede partir de cualquier cosa, pero después,
después hay que llegar, no se sabe bien a qué, pero llegar, llegar no se sabe
bien a qué, y el riesgo está en que en una hora final descubras que caminaste
volaste corriste reptaste quisiste esperaste luchaste y entonces, entre tus
manos tendidas en el esfuerzo último, un premio literario, o una mujer biliosa
o un hombre lleno de departamentos y de caspa en vez del pez, en vez del
pájaro, en vez de una respuesta con fragancia de helechos mojados, pelo crespo
de un niño, hocico de cachorro o simplemente un sentimiento de reunión, de
amigos en torno al fuego, de un tango que sin énfasis resume la suma de los
actos, la pobre hermosa saga de ser hombre. No hay discurso del método,
hermano, todos los mapas mienten salvo el del corazón, pero dónde está el norte
en este corazón vuelto a los rumbos de la vida, dónde el oeste, dónde el sur.
Dónde está el sur en este corazón golpeado por la muerte, debatiéndose entre
perros de uniforme y horarios de oficina, entre amores de interregno y duelos
despedidos por tarjeta, dónde está la autopista que lleve a un Katmandú sin
cáñamo, a un Shangri-La sin pactos de renuncia, dónde está el sur libre de
hienas, el viento de la costa sin cenizas de uranio, de nada te valdrá mirar en
torno, no hay dónde ahí afuera, apenas esos dóndes que te inventan con
plexiglás y Guía Azul. El dónde es un pez secreto, el dónde es eso que en plena
noche te sume en la maraña turbia de las pesadillas donde (donde del dónde)
acaso un amigo muerto o una mujer perdida al otro lado de canales y de nieblas
te inducen lentamente a la peor de las abominaciones, a la traición o a la
renuncia, y cuando brotas de ese pantano viscoso con un grito que te tira de
este lado, el dónde estaba ahí, había estado ahí en su contrapartida absoluta
para mostrarte el camino, para orientar esa mano que ahora solamente buscará un
vaso de agua y un calmante, porque el dónde está aquí y el sur es esto, el mapa
con las rutas en ese temblor de náusea que te sube hasta la garganta, mapa del
corazón tan pocas veces escuchado, punto de partida que es llegada. Y en la vigilia está también el sur del corazón, agobiado de
teléfonos y primeras planas, encharcado en lo cotidiano. Quisieras irte,
quisieras correr, sabes que se puede partir de cualquier cosa, de una caja de
fósforos, de un golpe de viento en el tejado, del estudio número 3 de Scriabin,
para llegar no sabes bien a qué, pero llegar. Entonces, mira, a veces una
muchacha parte en bicicleta, la ves de espaldas alejándose por un camino (¿la
Gran Vía, King´s Road, la Avenue de Wagran, un sendero entre álamos, un paso
entre colinas?), hermosa y joven la ves de espaldas yéndose, más pequeña ya,
resbalando en la tercera dimensión y yéndose, y te preguntas si llegará, si
salió para llegar, si salió porque quería llegar, y tienes miedo como siempre
has tenido miedo por ti mismo, la ves irse tan frágil y blanca en una bicicleta
de humo, te gustaría estar con ella, alcanzarla en algún recodo y apoyar una
mano en el manubrio y decir que también tú has salido, que también tú quieres
llegar al sur, y sentirte por fin acompañado porque la estás acompañando, larga
será la etapa pero allí en lo alto el aire es limpio y no hay papeles y latas
en el suelo, hacia el fondo del valle se dibujará por la mañana el ojo celeste
de un lago. Sí, también eso lo sueñas despierto en tu oficina o en la cárcel,
mientras te aplauden en un escenario o una cátedra, bruscamente ves el rumbo
posible, ves la chica yéndose en su bicicleta o el marinero con su bolsa al
hombro, entonces es cierto, entonces hay gente que se va, que parte para
llegar, y es como un azote de palomas que te pasa por la cara, por qué no tú,
hay tantas bicicletas, tantas bolsas de viaje, las puertas de la ciudad están
abiertas todavía, y escondes la cabeza en la almohada, acaso lloras. Porque,
son cosas que se saben: la ruta del sur lleva a la muerte. Allá, como la vio un
poeta, vestida de almirante espera, o vestida de sátrapa o de bruja, la muerte
coronel o general espera sin apuro, gentil, porque nadie se apura en los aeródromos,
no hay cadalsos ni piras, nadie redobla los tambores para anunciar la pena,
nadie venda los ojos de los reos ni hay sacerdotes que le den a besar el
crucifijo a la mujer atada a la estaca, eso no es ni siquiera Ruán y no es
Sing-Sing, no es la Santè, allá la muerte espera disfrazada de nadie, allá
nadie es culpable de la muerte y la violencia es una vacua acusación de
subversivos contra la disciplina y la tranquilidad del reino, allá es tierra de
paz, de conferencias internacionales, copas de fútbol, ni siquiera los niños
revelarán que el rey marcha desnudo en los desfiles, los diarios hablarán de la
muerte cuando la sepan lejos, cuando se pueda hablar de quienes mueren a diez
mil kilómetros, entonces sí hablarán, los télex y las fotos hablarán sin
mordaza, mostrarán cómo el mundo es una morgue maloliente mientras el trigo y
el ganado, mientras la paz del sur, mientras la civilización cristiana. Cosas
que acaso sabe la muchacha perdiéndose a lo lejos, ya inasible silueta en el
crepúsculo, y quisieras estar y preguntarle, estar con ella, estar seguro de
que sabe, pero cómo alcanzarla cuando el horizonte es una sola línea roja ante
la noche, cuando en cada encrucijada hay múltiples opciones engañosas y ni
siquiera una esfinge para hacerte las preguntas rituales. ¿Habrá llegado al
sur? ¿La alcanzarás un día? Nosotros, ¿llegaremos? (Se puede partir de
cualquier cosa, una caja de fósforos, una lista de desaparecidos, un viento en
el tejado) ¿Llegaremos un día? Ella partió en su bicicleta, la viste a la
distancia, no volvió la cabeza, no se apartó del rumbo. Acaso entró en el sur,
lo vio sucio y golpeado en cuarteles y calles pero sur, esperanza de sur, sur
esperanza. ¿Estará sola ahora, estará hablando con gente como ella?, ¿mirarán a
lo lejos por si otras bicicletas apuntaran filosas? (un grito allá abajo en la
calle, esa foto del Newsweek) ¿Llegaremos un día?
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