Esa hora que puede llegar
alguna vez fuera de toda hora, agujero en la red del tiempo, esa manera de
estar entre, no por encima o detrás sino entre, esa hora orificio a la que se
accede al socaire de las otras horas, de la incontable vida con sus horas de
frente y de lado, su tiempo para cada cosa, sus cosas en el preciso tiempo,
estar en una pieza de hotel o de un andén, estar mirando una vitrina, un perro,
acaso teniéndote en los brazos, amor de siesta o duermevela, entreviendo en esa
mancha clara la puerta que se abre a la terraza, en una ráfaga verde la blusa
que te quitaste para darme la leve sal que tiembla en tus senos, y sin aviso,
sin innecesarias advertencias de pasaje, en un café del barrio latino o en la
última secuencia de una película de Pabst, un arrimo a lo que ya no se ordena
como dios manda, acceso entre dos ocupaciones instaladas en el nicho de sus horas,
en la colmena día, así o de otra manera (en la ducha, en plena calle, en una
sonata, en un telegrama) tocar con algo que no se apoya en los sentidos, esa
brecha en la sucesión, y tan así, tan resbalando, las anguilas, por ejemplo, la
región de los sargazos, las anguilas y también las máquinas de mármol, la noche
de Jai Singh bebiendo un flujo de estrellas, los observatorios bajo la luna de
Jaipur y de Delhi, la negra cinta de las migraciones, las anguilas en plena
calle o en la platea de un teatro, dándose para el que las sigue desde las
máquinas de mármol, ese que ya no mira el reloj en la noche de París; tan
simplemente anillo de Moebius y de anguila y de máquinas de mármol, esto que
fluye ya en una palabra desatinada, desarrimada, que busca por sí misma, que
también se pone en marcha desde sargazos de tiempo y semánticas aleatorias, la
migración de un verbo: discurso, decurso, las anguilas atlánticas y las
palabras anguilas, los relámpagos de mármol de las máquinas de Jai Singh, el
que mira los astros y las anguilas, el anillo de Moebius circulando en sí
mismo, en el océano, en Jaipur, cumpliéndose otra vez sin otras veces, siendo
como lo es el mármol, como lo es la anguila: comprenderás que nada de eso puede
decirse desde aceras o sillas o tablados de la ciudad; comprenderás que sólo
así, cediéndose anguila o mármol, dejándose anillo, entonces ya no se está
entre los sargazos, hay decurso, eso pasa: intentarlo, como ellas en la noche
atlántica, como el que busca las mensuras estelares, no para saber, no para
nada; algo como un golpe de ala, un descorrerse, un quejido de amor y entonces
ya, entonces tal vez, entonces por eso sí.
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