Hundirse en la noche. Así como a veces se
sumerge la cabeza en el pecho para reflexionar, sumergirse por
completo en la noche. Alrededor duermen, los hombres. Un pequeño
espectáculo, un autoengaño inocente, es el de dormir en casas, en camas
sólidas, bajo techo seguro, estirados o encogidos, sobre colchones,
entre sábanas, bajo mantas; en realidad se han encontrado reunidos como
antes una vez y como después en una comarca desierta. Un campamento al
raso, una inabarcable cantidad de personas, un ejército, un pueblo
bajo un cielo frío, sobre una tierra fría, arrojados al suelo allí
donde antes se estuvo de pie, con la frente contra el brazo, y la cara
contra el suelo, respirando pausadamente. Y tú velas, eres uno de los
vigías, hallas al prójimo agitando el leño encendido que cogiste del
montón de astillas, junto a ti. ¿Por qué velas? Alguien tiene que
velar, se ha dicho. Alguien tiene que estar ahí.
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