Los peces pasaban y pasaban, había uno, negro, un pez enorme, mucho más grande que los otros. Pasaba y pasaba como su mano por mis piernas, subiendo, bajando. Entonces hacer el amor era eso, un pez negro pasando y pasando obstinadamente. La repetición al infinito de un ansia de fuga, de atravesar el cristal y entrar en otra cosa.
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