NEGACIÓN DEL OLVIDO
Discurso pronunciado
por Julio Cortázar en la Apertura del Coloquio de Abogados de París, 1981.
Pienso que todos los
aquí reunidos coincidirán conmigo en que cada vez que a través de testimonios
personales o de documentos tomamos contacto con la cuestión de los
desaparecidos en la Argentina o en otros países sudamericanos, el sentimiento
que se manifiesta casi de inmediato es el de lo diabólico. Desde luego, vivimos
en una época en la que referirse al diablo parece cada vez más ingenuo o más
tonto; y sin embargo es imposible enfrentar el hecho de las desapariciones sin
que algo en nosotros sienta la presencia de un elemento infrahumano, de una
fuerza que parece venir de las profundidades, de esos abismos donde
inevitablemente la imaginación termina por situar a todos aquellos que han
desaparecido. Si las cosas parecen relativamente explicables en la superficie
-los propósitos, los métodos y las consecuencias de las desapariciones-, queda
sin embargo un trasfondo irreductible a toda razón, a toda justificación
humana; y es entonces que el sentimiento de lo diabólico se abre paso como si
por un momento hubiéramos vuelto a las vivencias medievales del bien y del mal,
como si a pesar de todas nuestras defensas intelectuales lo demoníaco estuviera
una vez más ahí diciéndonos: "¿Ves? Existo: Ahí tienes la prueba.
Pero lo diabólico, por
desgracia, es en este caso humano, demasiado humano; quienes han orquestado una
técnica para aplicarla mucho más allá de casos aislados y convertirla en una
práctica de cuya multiplicación sistemática han dado idea las cifras publicadas
a raíz de la reciente encuesta de la OEA, saben perfectamente que ese
procedimiento tiene para ellos una doble ventaja: la de eliminar a un
adversario real o potencial (sin hablar de los que no lo son pero que caen en
la trampa por juegos del azar, de la brutalidad o del sadismo), y a la vez injertar,
mediante la más monstruosa de las cirugías, la doble presencia del miedo y de
la esperanza en aquellos a quienes les toca vivir la desaparición de seres
queridos. Por un lado se suprime a un antagonista virtual o real; por el otro
se crean las condiciones para que los parientes o amigos de las víctimas se
vean obligados en muchos casos a guardar silencio como única posibilidad de
salvaguardar la vida de aquellos que su corazón se niega a admitir como
muertos. Si basándose en una estimación que parece estar muy por debajo de la
realidad, se habla de ocho o diez mil desaparecidos en la Argentina, es fácil
imaginar el número de quienes conservan todavía la esperanza de volver a verlos
con vida. La extorsión moral que ello significa para estos últimos, extorsión
muchas veces acompañada de la estafa lisa y llana que consiste en prometer
averiguaciones positivas a cambio de dinero, es la prolongación abominable de
ese estado de cosas donde nada tiene definición, donde promesas y medias
palabras multiplican al infinito un panorama cotidiano lleno de siluetas
crepusculares que nadie tiene la fuerza de sepultar definitivamente. Muchos de
nosotros poseemos testimonios insoportables de este estado de cosas, que puede
llegar incluso al nivel de los mensajes indirectos, de las llamadas telefónicas
en las que se cree reconocer una voz querida que sólo pronuncia unas pocas
frases para asegurar que todavía está de este lado, mientras quienes escuchan
tienen que callar las preguntas más elementales por temor de que se vuelvan
inmediatamente en contra del supuesto prisionero. Un diálogo real o fraguado
entre el infierno y la tierra es el único alimento de esa esperanza que no
quiere admitir lo que tantas evidencias negativas le están dando desde hace
meses, desde hace años. Y si toda muerte humana entraña una ausencia
irrevocable, ¿qué decir de esta ausencia que se sigue dando como presencia
abstracta, como la obstinada negación de la ausencia final? Ese círculo faltaba
en el infierno dantesco, y los supuestos gobernantes de mi país, entre otros,
se han encargado de la siniestra tarea de crearlo y de poblarlo.
De esa población
fantasmal, a la vez tan próxima y tan lejana, se trata en esta reunión. Por
encima y por debajo de las consideraciones jurídicas, los análisis y las búsquedas
normativas en el terreno del derecho interno e internacional, es de ese pueblo
de las sombras que estamos hablando. En esta hora de estudio y de reflexión,
destinada a crear instrumentos más eficaces en defensa de las libertades y los
derechos pisoteados por las dictaduras, la presencia invisible de miles y miles
de desaparecidos antecede y rebasa y continúa todo el trabajo intelectual que
podamos cumplir en estas jornadas. Aquí, en esta sala donde ellos no están,
donde se los evoca como una razón de trabajo, aquí hay que sentirlos presentes
y próximos, sentados entre nosotros, mirándonos, hablándonos. El hecho mismo de
que entre los participantes y el público haya tantos parientes y amigos de
desaparecidos vuelve todavía más perceptible esa innumerable muchedumbre
congregada en un silencioso testimonio, en una implacable acusación. Pero
también están las voces vivas de los sobrevivientes y de los testigos, y todos
los que hayan leído informes como el de la Comisión de Derechos Humanos de la
OEA guardan en su memoria, impresos con letras de fuego, los casos presentados
como típicos, las muestras aisladas de un exterminio que ni siquiera se atreve
a decir su nombre y que abarca a miles y miles de casos no tan bien
documentados pero igualmente monstruosos. Así, mirando tan sólo hechos
aislados, ¿quién podría olvidar la desaparición de la pequeña Clara Anahí
Mariani, entre la de tantos otros niños y adolescentes que vivían fuera de la
historia y de la política, sin la menor responsabilidad frente a los que ahora
pretenden razones de orden y de soberanía nacional para justificar sus
crímenes? ¿Quién olvida el destino de Silvia Corazza de Sánchez, la joven
obrera cuya niña nació en la cárcel, y a la que llevaron meses después para que
entregara la criatura a su abuela antes de hacerla desaparecer definitivamente?
¿Quién olvida el alucinante testimonio sobre el campo militar "La
Perla" escrito por una sobreviviente, Graciela Susana Geuna, y publicado
por la Comisión Argentina de Derechos Humanos? Cito nombres al azar del
recuerdo, imágenes aisladas de unas pocas lápidas en un interminable comentario
de sepultados en vida. Pero cada nombre vale por cien, por mil casos parecidos,
que sólo se diferencian por los grados de la crueldad, del sadismo, de esa
monstruosa voluntad de exterminación que ya nada tiene que ver con la lucha
abierta y sí en cambio con el aprovechamiento de la fuerza bruta, del anonimato
y de las peores tendencias humanas convertidas en el placer de la tortura y de
la vejación a seres indefensos. Si de algo siento vergüenza frente a este
fratricidio que se cumple en el más profundo secreto para poder negarlo después
cínicamente, es que sus responsables y ejecutores son argentinos o uruguayos o
chilenos, son los mismos que antes y después de cumplir su sucio trabajo salen
a la superficie y se sientan en los mismos cafés, en los mismos cines donde se
reúnen aquellos que hoy o mañana pueden ser sus víctimas. Lo digo sin ánimo de
paradoja: Más felices son aquellos pueblos que pudieron o pueden luchar contra
el terror de una ocupación extranjera. Más felices, sí, porque al menos sus
verdugos vienen de otro lado, hablan otro idioma, responden a otras maneras de
ser. Cuando la desaparición y la tortura son manipuladas por quienes hablan
como nosotros, tienen nuestros mismos nombres y nuestras mismas escuelas,
comparten costumbres y gestos, provienen del mismo suelo y de la misma
historia, el abismo que se abre en nuestra conciencia y en nuestro corazón es
infinitamente más hondo que cualquier palabra que pretendiera describirlo.
Pero precisamente por
eso, porque en este momento tocamos fondo como jamás lo tocó nuestra historia,
llena sin embargo de etapas sombrías, precisamente por eso hay que asumir de
frente y sin tapujos esa realidad que muchos pretenden dar ya por terminada.
Hay que mantener en un obstinado presente, con toda su sangre y su ignominia,
algo que ya se está queriendo hacer entrar en el cómodo país del olvido; hay
que seguir considerando como vivos a los que acaso ya no lo están pero que tenemos
la obligación de reclamar, uno por uno, hasta que la respuesta muestre
finalmente la verdad que hoy se pretende escamotear. Por eso este coloquio y
todo lo que podamos hacer en el plano nacional e internacional, tiene sentido
que va mucho más allá de su finalidad inmediata; el ejemplo admirable de las
Madres de Plaza de Mayo está ahí como algo que se llama dignidad, se llama
libertad, y sobre todo se llama futuro.
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