Perderse significa ir hallando y no saber qué hacer con lo
que se va descubriendo. Toda comprensión intensa es finalmente la revelación de una
profunda incomprehensión. Todo momento de hallar es un perderse a uno mismo.
Estoy tan asustada que sólo podré aceptar que me he perdido si imagino que
alguien me tiende la mano. Voy a crear lo que me ha acontecido. Sólo porque
vivir no se puede narrar. Vivir no es vivible. Tendré que crear sobre la vida.
Y sin mentir. Crear sí, mentir no. Crear no es imaginación, es correr el gran
riesgo de acceder a la realidad. Entender es una creación, mi único modo.
Precisaré con esfuerzo traducir señales telegráficas, traducir lo desconocido a
un idioma que desconozco, y sin entender siquiera para qué sirven las señales.
Hablaré en ese idioma sonámbulo que, si estuviese despierta, no sería lenguaje.
Y no olvidar, al comenzar el trabajo, el estar preparada para equivocarme. No
olvidar que el error muchas veces se había convertido en mi camino. Siempre que
no resultaba cierto lo que pensaba o sentía, entonces se producía una brecha y,
si antes hubiese tenido valor, ya habría entrado por ella. Mas siempre sentí
miedo del delirio y del error. Mi error, no obstante, debía ser el camino de
una verdad: pues únicamente cuando me equivoco salgo de lo que conozco y
entiendo. Si la "verdad" fuese aquello que puedo entender, terminaría
siendo tan sólo una verdad pequeña, de mi tamaño. La verdad tiene que estar
exactamente en lo que jamás podré comprender. Y, más tarde, ¿sería capaz de
comprenderme ulteriormente? No sé. El hombre del futuro, ¿nos entenderá como
somos hoy? Distraídamente, con alguna ternura distraída, acariciará nuestra
cabeza como nosotros hacemos con el perro que se nos acerca y nos mira desde
dentro de su oscuridad, con ojos mudos y afligidos. Él, el hombre futuro, nos
acariciaría, comprendiéndonos remotamente, como yo remotamente después iba a
entenderme, bajo la memoria de la memoria de la memoria ya perdida de un tiempo
de dolor, no sabiendo que nuestro tiempo de dolor iba a pasar del mismo modo
que el niño pequeño no es un niño estático, sino un ser que crece. Ah, mas para
llegar al mutismo, qué gran esfuerzo de la voz. Mi voz es el modo en que busco
la realidad; la realidad, antes de mi lenguaje, existe como un pensamiento que
no se piensa, mas por fatalidad me he visto y me veo empujada a precisar saber
lo que piensa el pensamiento. La realidad antecede a la voz que la busca, pero
como la tierra antecede al árbol, pero como el mundo antecede al hombre, como
el mar antecede a la visión del mar, la vida antecede al amor, la materia del
cuerpo antecede al cuerpo, y a su vez, el lenguaje habrá precedido un día a la
posesión del silencio. Poseo a medida que designo; y éste es el esplendor de
tener un lenguaje. Pero poseo mucho más en la medida que no consigo designar.
La realidad es la materia prima, el lenguaje es el modo como voy a buscarla, y
como no la encuentro. Pero del buscar y no del hallar nace lo que yo no
conocía, y que instantáneamente reconozco. El lenguaje es mi esfuerzo humano.
Por destino tengo que ir a buscar y por destino regreso con las manos vacías.
Mas regreso con lo indecible. Lo indecible me será dado solamente a través del
lenguaje. Sólo cuando falla la construcción, obtengo lo que ella no logró. Y es
inútil acortar camino y querer comenzar, sabiendo ya que la voz dice poco,
comenzando por ser impersonal. Pues existe la trayectoria, y la trayectoria no
es sólo un modo de ir. La trayectoria somos nosotros mismos. En lo referente a
vivir, nunca se puede llegar antes. El vía crucis no es un desvío, es el paso
único, no se llega sino a través de él y con él. La insistencia es nuestro
esfuerzo, la renuncia es el premio. A éste sólo se llega cuando se ha
experimentado el poder de construir y, pese al sabor del poder, se prefiere la
renuncia. Renunciar tiene que ser una elección. Desistir es la elección más
sagrada de una vida. Desistir es el verdadero instante humano. Y sólo ésta es
la gloria propia de mi condición. La renuncia es una revelación.
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