Y está también el pausado brillo misterioso del pelo suelto
en la almohada. Hay un codo rugoso bajo el oscilante seno izquierdo y éste
queda rodeado, redondo y dormido en el ángulo del brazo. Un hilo de aire que
sopla de tu boca o de la mañana roza el vello sombrío junto al sueño del seno,
defendiendo la noche de tu cuerpo. Aquí la mañana, los hombres pesados y graves
que despiertan sin ganas, quemándose el pecho con el café amargo y humeante.
Allí tus sueños, el silencio y la mañana.
Ella y yo nos inclinamos atentos sobre tu cabeza quieta por
donde pasean pies ligeros y absurdos. Es como la sola vez que te vi dormir.
Pero entonces era el amor y ahora es el misterio. Te miramos. A veces una mano
se me va a tu mejilla para despertarte, para que parpadees veloz y asombrada
lágrimas y niebla de la noche y me oigas contarte que han pasado tantas cosas
en mí, en la vida, y que sin embargo no ha pasado nada. Decirte nada y mirarte
y emocionarme con nuestra antigua mirada. Pero el miedo quiebra mi mano y
quedamos quietos y curvados mirando tu cara. Ya el sueño escapa de tu sueño
lejano y obstinado. Como la luz grisada que vence las cortinas, las extrañas
cosas y las locas personas que te llenan van desbordando en la habitación.
Lentos brotes se hinchan y crecen, enlazan los muebles, frotan los rincones con
sus enormes ojos ciegos. Nosotros, la mañana, el aire que fuiste meciendo en la
noche, la mano perdida en la sábana, el pezón vinoso y replegado, todos somos
tu sueño. Frotamos suaves y veloces, murmurando ansiosos nombres de Dios,
largos ruegos obscenos, palabras violentas y unos secretos que estaban
rezagados y acabamos de encontrar; somos angustias, bocas redondas de pescados
, luna escamosa, arenales, rutas. Es el misterio de tu tierra dormida, la
habitación nunca vista, la vieja sala embrujada con el bronce sucio de los
candelabros, el piano desdentado y amarillo, el traje de baile perdido en el
diván y la alfombra de extraviados dibujos con su vieja mancha de sangre y el
esqueleto de una rosa, aplastado. Pero otra vez cae rota la mano que alzaba
hasta tu hombro, tu mejilla, tu labio pesado y mustio. Porque quería contarte
que han pasado cosas, tantas cosas en la vida y que, sin embargo, nada, nunca
pasa nada.
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