¿Por qué escribo esto? No tengo ideas claras, ni siquiera
tengo ideas. Hay jirones, impulsos, bloques, y todo busca una forma, entonces
entra en juego el ritmo y yo escribo dentro de este ritmo, escribo por él,
movido por él y no por eso que llaman el pensamiento y que hace la prosa,
literaria u otra. Hay primero una situación confusa, que sólo puede definirse
en la palabra; de esa penumbra parto, y si lo que quiero decir (si lo que
quiere decirse) tiene suficiente fuerza, inmediatamente se inicia el swing, un
balanceo rítmico que me saca a la superficie, lo ilumina todo, conjuga esa
materia confusa y el que la padece en una tercera instancia clara y como fatal:
la frase, el párrafo, la página, el capítulo, el libro. Ese balanceo, ese swing
en el que se va informando la materia confusa, es para mí la única certidumbre
de su necesidad, porque apenas cesa comprendo que no tengo ya nada que decir. Y
también es la única recompensa de mi trabajo: sentir que lo que he escrito es como
un lomo de gato bajo la caricia, con chispas y un arquearse cadencioso. Así por
la escritura bajo al volcán, me acerco a las Madres, me conecto con el Centro
--sea lo que sea. Escribir es dibujar mi mandala y a la vez recorrerlo,
inventar la purificación purificándose; tarea de pobre shamán blanco con
calzoncillos de nylon.
No hay comentarios:
Publicar un comentario