La desparramada
rosa imprime gritos en la nieve. Caída de la noche, caída del río, caída del
día. Es la noche, amor mío, la noche caliginosa y extraviada, hirviendo sus
azafranadas costumbres en la inmunda cueva del sacrosanto presente. Maravillosa
ira del despertar en la abstracción mágica de un lenguaje inaceptable. Ira del
verano. Ira del invierno. Mundo a pan y agua. Sólo la lluvia se nos dirige con
su ofrenda inimaginable. La lluvia al fin habla y dice.
Meticulosa
iniciación del hábito. Crispados cristales en jardines arañados por la lluvia.
La posesión del pretendido pasado, del pueblo incandescente que llamea en la
noche invisible. El sexo y sus virtudes de obsidiana , su agua flameante
haciéndose en contra de los relojes. Amor mío, la singular quietud de tus ojos
extraviados, la benevolencia de los grandes caminos que acogen muertos y
zarzamoras y tantas sustancias vagabundas o adormiladas como mi deseo de
incendiar esta rosa petrificada que inflige aromas de infancia a una criatura
hostil a su memoria más vieja. Maldiciones eyaculadas a pleno verano, cara al
cielo, como una perra, para repudiar el influjo sórdido de las voces vidriosas
que se estrellan en mi oído como una ola en una caracola.
Véate mi cuerpo,
húndase su luz adolescente en tu acogida nocturna, bajo olas de temblor
temprano, bajo alas de temor tardío. Véate mi sexo, y que haya sonidos de
criaturas edénicas que suplan el pan y el agua que no nos dan.
¿Se cierra una
gruta? ¿Llega para ella una extraña noche de fulgores que decide guardar
celosamente? ¿Se cierra un paisaje? ¿Qué gesto palpita en la decisión de una
clausura? ¿Quién inventó la tumba como símbolo y realidad de lo que es obvio?
Rostros vacíos
en las avenidas, árboles sin hojas, papeles en las zanjas: escritura de la
ciudad. ¿Y qué haré si todo esto lo sé de memoria sin haberlo comprendido
nunca? Repiten las palabras de siempre, erigen las mismas palabras, las
evaporan, las desangran. No quiero saber. No quiero saberme saber. Entonces
cerrar la memoria: sus jardines mentales, su canto de veladora al alba. Mi
cuerpo y el tuyo terminando, recomenzando, ¿qué cosa recomenzando? Trepidación
de imágenes, frenesí de sustancias viscosas, noches caníbales alrededor de mi
cadáver, premisión de no verme por una horas, alto velar para que nada ni nadie
se acerque. Amor mío, dentro de las manos y de los ojos y del sexo bulle la más
fiera nostalgia de ángeles, dentro de los gemidos y de los gritos hay un querer
lo otro que no es otro, que no es nada.
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