Se puede
imaginar perfectamente que la grandeza de la vida está al alcance de cualquiera
y siempre en plenitud, pero encubierta, sumergida, invisible, muy lejana. Sin
embargo está ahí y no es hostil, ni produce aversión, ni es sorda. Si la
llamamos con la palabra exacta, con su justo nombre, viene a nosotros. He ahí
la esencia del encanto que no crea, sino que llama.
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