Somos quienes no somos, y
la vida es veloz y triste. El ruido de las olas por la noche es un ruido de la
noche; ¡y cuántos lo han oído en su propia alma, como la esperanza constante
que se deshace en la oscuridad como un ruido sordo de espuma profunda! ¡Qué
lágrimas lloraron los que obtuvieron, qué lágrimas perdieron los que
consiguieron! Y todo esto, durante el paseo en la orilla del mar, se me tornó
el secreto de la noche y la confidencia del abismo. ¡Cuántos somos! ¡Cuántos
nos engañamos! ¡Qué mares suenan en nosotros, en la noche de ser nosotros, por
las playas que nos sentimos en los encharcamientos de la emoción! Lo que se ha
perdido, lo que se debería haber perdido, lo que se ha conseguido y ha
satisfecho por error, lo que amamos y perdimos y, después de perderlo, vimos,
amándolo por haberlo tenido, que no lo habíamos amado; lo que creíamos que
pensábamos cuando sentíamos; lo que era un recuerdo y creíamos que era una
emoción; y el mar en todo, llegando allá, rumoroso y fresco, del gran fondo de
toda la noche, a agitarse fino en la playa, en el decurso nocturno de mi paseo
a la orilla del mar.
¿Quién sabe siquiera lo
que piensa, o lo que desea? ¿Quién sabe lo que es para sí mismo? ¡Cuántas cosas
sugiere la música y nos sabe bien que no pueda ser! ¡Cuántas recuerda la noche
y lloramos, y no han sido nunca! Como una voz suelta de la paz tumbada a lo
largo, el enrollamiento de la ola estalla y se enfría y hay un salivar audible por
la playa invisible. ¡Cuánto me muero si siento por todo! ¡Cuánto siento si así
vagabundeo, incorpóreo y humano, con el corazón parado como una playa, y todo
el mar de todo, en la noche que vivimos, batiendo alto, zumbón, y se enfría, en
mi eterno paseo a la orilla del mar.
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