Cada noche, como condena, un pequeño arado
cava en mi médula un pequeño surco, pequeño, pequeño, pero que nunca será
llenado, nunca más. El socavado-viviente aún espera. Por momentos, la vida le
parece hermosa. No obstante, al llegar un nuevo atardecer, una gran
aglomeración de islas que acumulaba secretamente en mi espalda estalla en un
violento temblor. Hay un minuto de vacilación, un minuto de profunda caída en
desgracia, y la noche termina en un abismo de olvido. Es entonces cuando se
traza, un poco más profundamente, el pequeño surco cada vez un poco más
profundo.
1 comentario:
Simplemente bellísimo. Es la primera vez, creo, que leo algo de este hombre. Pero no voy a dejar que sea lo único.
Gracias por el descubrimiento.
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