Esta noche he invocado a
todas las potencias. Nadie acudió. Caminé calles, recorrí plazas, interrogué
puertas, estrujé espejos. Desertó mi sombra, me abandonaron los recuerdos.
(La memoria no es lo que
recordamos, sino lo que nos recuerda. La memoria es un presente que nunca acaba
de pasar. Acecha, nos coge de improviso entre sus manos de humo que no sueltan, se desliza en nuestra sangre: el
que fuimos se instala en nosotros y nos echa afuera. Nos vive un presente
inextinguible e irreparable. No esta noche.)
¿A qué grabar con un
cuchillo mohoso signos y nombres sobre la corteza de la noche? Las primeras
olas de la mañana borran todas esas estelas. ¿A quién invocar a estas horas y
contra quién pronunciar exorcismos? No hay nadie arriba, ni abajo; no hay nadie
detrás de la puerta, ni en el cuarto vecino, ni fuera de la casa. No hay nadie,
nunca ha habido nadie, nunca habrá nadie. No hay yo. Y el otro, el que piensa,
no me piensa esta noche. Piensa otro, se piensa. Me rodea un mar de arena y de
miedo, me cubre una vegetación de arañas, me paseo en mí mismo como un reptil
entre piedras rotas, masa de escombros y ladrillos sin historia. El agua del
tiempo escurre lentamente en esta oquedad agrietada, cueva donde se pudren
todas las palabras ateridas.
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