Creo el poder de la imaginación para rehacer el mundo, para liberar la
verdad que llevamos dentro, para sujetar la noche, para trascender la muerte,
para hechizar las autopistas, para congraciarnos con los pájaros, para
asegurarnos las confidencias de los locos.
Creo en mis propias obsesiones, en la belleza del choque de autos, en
la paz del bosque sumergido, en las excitaciones de la playa de vacaciones
desierta, en la elegancia de los cementerios de automóviles, en el misterio de
los edificios para estacionamiento de coches, en la poesía de los hoteles
abandonados.
Creo en la belleza de todas las mujeres, en la perfidia de sus
imaginaciones, tan cercana a mi corazón; en la unión de sus cuerpos
desencantados con los encantados rieles cromados de los mostradores de los
supermercados; en su cálida tolerancia de mis propias perversiones.
Creo en la muerte del futuro, en el agotamiento del tiempo, en nuestra
búsqueda de un tiempo nuevo dentro de las sonrisas de las camareras de las
autopistas y de los ojos cansados de los controladores del tráfico aéreo en
aeropuertos fuera de estación.
Creo en la locura, en la verdad de lo inexplicable, en el sentido común
de las piedras, en la demencia de las flores, en la enfermedad reservada para
la raza humana por los astronautas de la misión Apolo.
Creo en nada.
Creo en Max Ernst, Delvaux, Dalí, Tiziano, Goya, Leonardo, Vermeer,
Chirico, Magritte, Redon, Durero, Tanguy, el Facteur Cheval, las Torres de
Watts, Bocklin, Francis Bacon, y todos los artistas invisibles encerrados en
las instituciones psiquiátricas del planeta.
Creo en la imposibilidad de la existencia, en el humor de las montañas,
en el disparate del electromagnetismo, en la farsa de la geometría, en la
crueldad de la aritmética, en la intención asesina de la lógica.
Creo en el vuelo, en la belleza del ala, y en la belleza de todo lo que
ha volado alguna vez, en la piedra arrojada por un niño pequeño, que lleva la
sabiduría de los estadistas y de las parteras.
Creo en la dulzura del bisturí del cirujano, en la ilimitada geometría
de la pantalla del cine, en el universo oculto dentro de los supermercados, en
la soledad del sol, en la locuacidad de los planetas, en nuestra repetitividad,
en la inexistencia del universo y en el aburrimiento del átomo.
Creo en la inexistencia del pasado, en la muerte del futuro, y en las
infinitas posibilidades del presente.
Creo en el trastorno de los sentidos: en Rimbaud, William Burroughs,
Huysmans, Genet, Céline, Swift, Defoc, Carroll, Coleridge, Kafka.
Creo en los próximos cinco minutos.
Creo en la historia de mis pies.
Creo en las jaquecas, el aburrimiento de las tardes, el miedo a los
calendarios, la traición de los relojes.
Creo en la angustia, la psicosis y la desesperación.
Creo en las perversiones, en nuestro enamoramiento de árboles,
princesas, primeras ministros, gasolineras abandonadas (más bellas que el Taj
Mahal), nubes y pájaros.
Creo en la muerte de las emociones y en el triunfo de la imaginación.
Creo en el alcoholismo, en las enfermedades venéreas, en la fiebre y en
el agotamiento.
Creo en el dolor.
Creo en la desesperación.
Creo en todos los niños.
Creo en los mapas, los diagramas, los códigos, los juegos de. ajedrez,
los rompecabezas, los horarios de vuelos, los letreros indicadores de los
aeropuertos.
Creo en todos los pretextos.
Creo en todas las razones.
Creo en todas las alucinaciones.
Creo en todas las rabias.
Creo en todas las mitologías, recuerdos, mentiras, fantasías,
evasiones.
Creo en el misterio y la melancolía de una mano, en la bondad de los
árboles, en la sabiduría de la Luz.
I believe in the power
of the imagination to remake the world, to release the truth within us, to hold
back the night, to transcend death, to charm motorways, to ingratiate ourselves
with birds, to enlist the confidences of madmen.
I believe in my own
obsessions, in the beauty of the car crash, in the peace of the submerged
forest, in the excitements of the deserted holiday beach, in the elegance of
automobile graveyards, in the mystery of multi-storey car parks, in the poetry
of abandoned hotels.
I believe in the
beauty of all women, in the treachery of their imaginations, so close to my
heart; in the junction of their disenchanted bodies with the enchanted chromium
rails of supermarket counters; in their warm tolerance of my perversions.
I believe in the death
of tomorrow, in the exhaustion of time, in our search for a new time within the
smiles of auto-route waitresses and the tired eyes of air-traffic controllers
at out-of-season airports.
I believe in madness,
in the truth of the inexplicable, in the common sense of stones, in the lunacy
of flowers, in the disease stored up for the human race by the Apollo
astronauts.
I believe in nothing.
I believe in Max
Ernst, Delvaux, Dali, Titian, Goya, Leonardo, Vermeer, Chirico, Magritte,
Redon, Duerer, Tanguy, the Facteur Cheval, the Watts Towers, Boecklin, Francis
Bacon, and all the invisible artists within the psychiatric institutions of the
planet.
I believe in the
impossibility of existence, in the humor of mountains, in the absurdity of
electromagnetism, in the farce of geometry, in the cruelty of arithmetic, in
the murderous intent of logic.
I believe in flight,
in the beauty of the wing, and in the beauty of everything that has ever flown,
in the stone thrown by a small child that carries with it the wisdom of
statesmen and midwives.
I believe in the
gentleness of the surgeon's knife, in the limitless geometry of the cinema
screen, in the hidden universe within supermarkets, in the loneliness of the
sun, in the garrulousness of planets, in the repetitiveness or ourselves, in
the inexistence of the universe and the boredom of the atom.
I believe in the
non-existence of the past, in the death of the future, and the infinite
possibilities of the present.
I believe in the
derangement of the senses: in Rimbaud, William Burroughs, Huysmans, Genet,
Celine, Swift, Defoe, Carroll, Coleridge, Kafka.
I believe in the next
five minutes.
I believe in the
history of my feet.
I believe in
migraines, the boredom of afternoons, the fear of calendars, the treachery of
clocks.
I believe in anxiety,
psychosis and despair.
I believe in the
perversions, in the infatuations with trees, princesses, prime ministers,
derelict filling stations (more beautiful than the Taj Mahal), clouds and
birds.
I believe in the death
of the emotions and the triumph of the imagination.
I believe in
alcoholism, venereal disease, fever and exhaustion.
I believe in pain.
I believe in despair.
believe in all
children.
I believe in maps,
diagrams, codes, chess-games, puzzles, airline timetables, airport indicator
signs. I believe all excuses.
I believe all reasons.
I believe all
hallucinations.
I believe all anger.
I believe all
mythologies, memories, lies, fantasies, evasions.
I believe in the
mystery and melancholy of a hand, in the kindness of trees, in the wisdom of
Light.
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