Every phrase and every sentence is an end and a beginning.

Every poem an epitaph.

/ T.S.Eliot /


jueves, 8 de enero de 2015

- Michel Foucault - El Bello Peligro -


Uno siempre escribe, en el fondo, no sólo para escribir el último libro de su obra sino, de una manera muy delirante –y ese delirio, creo, está presente en el gesto más mínimo de la escritura–, para escribir el último libro del mundo. A decir verdad, lo que uno está escribiendo en el momento en que lo escribe, la última frase de la obra que uno culmina, es también la última frase del mundo, de manera que después no haya más nada que decir. Hay una voluntad paroxística de agotar el lenguaje en la menor frase. Esto sin duda está ligado al desequilibrio existente entre el discurso y la lengua. La lengua es aquello con lo cual se puede construer una cantidad absolutamente infinita de frases y de enunciados. El discurso, por el contrario, por largo, por difuso que sea, por flexible, por atmosférico, por protoplasmático, por suspendido a su porvenir que uno pueda imaginarlo, siempre es finito, siempre limitado. Jamás se llegará al fondo de la lengua con un discurso, por largo que se lo pueda imaginar. Esta inagotabilidad de la lengua que siempre mantiene al discurso en suspenso sobre un porvenir que jamás concluirá es realmente otra manera de experimentar la obligación de escribir. Uno escribe para llegar al fondo de la lengua, para llegar por consiguiente al fondo de todo lenguaje posible, para cerrar por fin mediante la plenitude del discurso la infinidad vacía de la lengua. Y támbién esto donde se verá que escribir es muy diferente de hablar. También se escribe para dejar de tener una cara, para ocultarse uno mismo bajo su propia escritura. Se escribe para que la vida que se tiene alrededor, al lado, afuera, lejos de la hoja de papel, esa vida que no es divertida sino aburrida y llena de preocupaciones, que está expuesta a los otros, se absorba en ese pequeño rectángulo de papel que se tiene bajo los ojos y del que uno es dueño. Escribir, en el fondo, es tratar de hacer que se deslice, por los canales misteriosos de la pluma y la escritura, toda la sustancia, no sólo de la existencia, sino del cuerpo, en esas huellas minúscula que se depositan sobre el papel. No ser más , en cuanto a vida, que ese garabato a la vez muerto y charlatán que uno depositó en la hoja blanca, es en eso que se sueña cuando se escribe. Pero uno jamás llega a esa fusión del bullicio de la vida en el bullicio inmóvil de las letras. La vida siempre vuelve a empezar fuera del papel, siempre prolifera, continua, nunca llega a fijarse en ese pequeño rectángulo, nunca el pesado volumen del cuerpo llega a desplegarse en la superficie del papel, nunca se pasa a ese universo de dos dimensiones, a esa línea pura del discurso, nunca se llega a hacerse lo bastante delgado y lo bastante sutil para no ser otra cosa que la linealidad de un texto, y sin embargo es a eso a lo que uno querría llegar. Entonces no se deja de intentar, de reunicia, de confiscarse a uno mismo, de deslizarse en el embudo de la pluma y de la escritura, tarea infinita, tarea a la que uno está consagrado. Uno se sentiría justificado si no existiera más que en ese minúsculo estremecimiento, esa ínfima rascadura que se fija y que es, entra la punta del portaplumas y la superficie blanca de la hoja, el punto, el sitio frágil, el momento inmediatamentedesaparecidodonde se inscribe una marca finalmente fijada, definitivamente establecida, legible solamente por los otros y que ha perdido toda posibilidad de tener conciencia de ella misma. Esa especie de suspensión, de mortificación de sí en el pasaje a los signos, es carácter de obligación. Obligación sin placer, pero después de todo, cuando escapar a una obligación lo entrega a la angustia, cuando infringer la ley lo deja en la mayor inquietude, en el mayor desasosiego, ¿acaso la obligación a esta ley no es la mayor forma de placer? Obedecer a esa obligación de la que no se sabe ni de dónde viene ni cómo se impuso a usted, obedecer a esa ley, sin duda narcisista, que le pesa y lo domina por todos lados, creo que es el placer de escribir.

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