No quiero escribir sobre Rocamadour, por lo menos hoy, necesitaría tanto acercarme mejor a mí mismo, dejar caer todo eso que me separa del centro. Acabo siempre aludiendo al centro sin la menor garantía de saber lo que digo, cedo a la trampa fácil de la geometría con que pretende ordenarse nuestra vida de occidentales: Eje, centro, razón de ser, Omphalos, nombres de la nostalgia indoeuropea. Incluso esta existencia que a veces procuro describir, este París donde me muevo como una hoja seca, no serían visibles si detrás no latiera la ansiedad axial, el reencuentro con el fuste. Cuántas palabras, cuántas nomenclaturas para un mismo desconcierto. A veces me convenzo de que la estupidez se llama triángulo, de que ocho por ocho por ocho es la locura o un perro. Abrazado a la Maga, esa concreción de nebulosa, pienso que tanto sentido tiene hacer un muñequito con miga de pan como escribir la novela que nunca escribiré o defender con la vida las ideas que redimen a los pueblos. El péndulo cumple su vaivén instantáneo y otra vez me inserto en las categorías tranquilizadoras: muñequito insignificante, novela trascendente, muerte heroica. Los pongo en fila, de menor a mayor: muñequito, novela, heroísmo. Pienso en las jerarquías de valores tan bien exploradas por Ortega, por Scheler: lo estético, lo ético, lo religioso. Lo religioso, lo estético, lo ético. Lo ético, lo religioso, lo estético. El muñequito, la novela. La muerte, el muñequito. La lengua de la Maga me hace cosquillas. Rocamadour, la ética, el muñequito, la Maga. La lengua, las cosquillas, la ética.
Every phrase and every sentence is an end and a beginning.
Every poem an epitaph.
/ T.S.Eliot /
viernes, 28 de diciembre de 2012
jueves, 27 de diciembre de 2012
- Émile Cioran - Tormentos -
La soledad es insoportable, a solas conmigo mismo, a solas con mis pensamientos. No sé cómo distraerlos, cómo atontarlos para que no me atormenten. Surge entonces la rabia ante la impotencia, y la agresividad es un pequeño paso que doy en ese estado. Sentirse solo y estar solo no es lo mismo, pero en mi caso, sí, me siento solo aun cuando no estoy solo, pero lo siento mucho más cuando esa soledad es también física. ¿Soy demasiado consciente de la realidad, y los demás viven en un sueño de idiotas del que no quieren despertar (cosa que no les reprocho), o soy yo el estúpido que cree ver demasiado, sin ver nada? Sea cual sea la respuesta, puedo decir que nunca he pedido estar aquí y aun estando aquí, sólo pienso en cómo salir, sin hacer ruido, sin que se note mi ausencia, como si nunca hubiera estado. Y de esa manera, sentir la ilusión de no haber existido nunca.
lunes, 24 de diciembre de 2012
- Paul Auster - Desapariciones -
Está solo. Y desde el momento en que empieza a respirar
no está en ningún sitio. Muerte plural, nacida
en las mandíbulas de lo singular,
y la palabra que construiría un muro
desde la piedra más interna
de la vida.
Pues él no es ninguna de las cosas
de las que habla,
y a pesar de sí mismo,
dice yo, como si empezara también
a vivir en todos los otros
que no son. Pues la ciudad es ingente,
y la boca no sufre
ningún escape
que no devore la palabra
de uno mismo.
Por tanto, están los muchos,
y todas estas muchas vidas
talladas en las piedras
de un muro,
y aquel que fuera a respirar
sabrá que no hay más sitio adonde ir
que aquí.
Por tanto, empieza de nuevo,
como si fuera a respirar
por última vez.
Pues no hay más tiempo. Y es el final del tiempo
lo que empieza.
- Marguerite Duras -
La escritura llega como el viento, está
desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como nada pasa en la vida,
nada, excepto eso, la vida.
domingo, 23 de diciembre de 2012
- John Keats - Bright Star -
Estrella brillante, si fuera constante como tú,
no en solitario esplendor colgada de lo alto de la noche
y mirando, con eternos párpados abiertos,
como de naturaleza paciente, un insomne eremita,
las móviles aguas en su religiosa tarea
de pura ablución alrededor de tierra de humanas riberas,
o de contemplación de la recién suavemente caída máscara
de nieve de las montañas y páramos.
No, aún todavía constante, todavía inamovible,
recostada sobre el maduro corazón de mi bello amor,
para sentir para siempre su suave henchirse y caer,
despierto por siempre en una dulce inquietud
silencioso, silencioso para escuchar su tierno respirar,
y así vivir por siempre o si no, desvanecerme en la muerte.
Bright
star, would I were stedfast as thou art,
not in lone
splendour hung aloft the night
and
watching, with eternal lids apart,
like
nature's patient, sleepless eremite,
the moving
waters at their priestlike task
of pure
ablution round earth's human shores,
or gazing
on the new soft-fallen mask
of snow upon
the mountains and the moors.
No, yet
still stedfast, still unchangeable,
pillow'd
upon my fair love's ripening breast,
to feel for
ever its soft fall and swell,
awake for
ever in a sweet unrest,
still,
still to hear her tender-taken breath,
and so live
ever, or else swoon to death.
sábado, 22 de diciembre de 2012
- Clarice Lispector - Las Aguas del Mar -
Ahí está él, el mar, la más
ininteligible de las existencias no humanas. Y aquí está la mujer, de pie en la
playa, el más ininteligible de los seres vivos. Como el ser humano un día hizo una
pregunta sobre sí mismo, se volvió el más ininteligible de los seres vivos.
Ella y el mar.
Sólo podría haber un encuentro de
sus misterios si uno se entregara al otro: la entrega de dos mundos incognoscibles
hecha con la confianza con que se entregarían dos comprensiones.
Ella mira el mar, es lo que puede
hacer. Él sólo está delimitado para ella por la línea del horizonte, es decir,
por su incapacidad humana de ver la curvatura de la tierra.
Son las seis de la mañana. Sólo
un perro suelto vacila en la playa, un perro negro. ¿Por qué es que un perro es
tan libre? Porque es el misterio vivo que no se indaga. La mujer vacila porque
va a entrar.
Su cuerpo se consuela con su
propia exigüidad en relación a la amplitud del mar porque es la exigüidad del
cuerpo la que le permite mantenerse caliente y es esa exigüidad la que la
vuelve pobre y libre, con su parte de libertad de perro en la arena. Ese cuerpo
entrará en el frío ilimitado que sin rabia ruge en el silencio de las seis de
la mañana. La mujer no lo sabe, pero está cumpliendo una resolución. Con la
playa vacía, a esa hora de la mañana, no tiene el ejemplo de otros humanos que
transforme la entrada en el mar en el simple juego liviano de vivir. Está sola.
El mar salado no está solo porque es salado y grande, y eso es una realización.
A esa hora, ella se conoce todavía menos de lo que conoce al mar. Su coraje es
el de, no conociéndose, no obstante proseguir. No conocerse es fatal, y no
conocerse exige coraje.
Va entrando. El agua salada es de
un frío tal que le eriza en ritual las piernas. Pero una alegría fatal —la
alegría es una fatalidad— ya la atrapó, aunque ni se le ocurre sonreír. Por el
contrario, está muy seria. El olor a marejada embriagadora la despierta de sus
más adormecidos sueños seculares. Y ella ahora está alerta, incluso sin pensar.
La mujer es ahora compacta y leve y aguda –y se abre camino en la gelidez que,
líquida, se le opone y al mismo tiempo la deja entrar, como en el amor, en el
que la oposición puede ser un pedido.
El andar lento aumenta su coraje
secreto. Y de repente se deja cubrir por la primera ola. La sal, el yodo, todo
líquido, la dejan ciega por unos instantes, escurriéndose toda —espantada, fertilizada.
Ahora el frío se transforma en frígido.
Avanzando, ella abre el mar por la mitad. Ya no necesita coraje, ahora ya es
antigua en el ritual. Sumerge la cabeza dentro del brillo del mar y emerge una
cabellera que se escurre sobre los ojos salados que arden. Juega con la mano en
el agua, pausada, los cabellos al sol ya se están endureciendo de sal. Con el
cuenco de las manos hace lo que siempre hizo en el mar, y con la altivez de los
que nunca darán explicaciones, ni siquiera a sí mismos: con el cuenco de las
manos lleno de agua, bebe a grandes tragos, buenos.
Era eso lo que le estaba faltando:
el mar por dentro, como el líquido espeso de un hombre. Ahora ella es igual a
sí misma. La garganta alimentada se cierra por la sal, los ojos enrojecen por
el sol, las olas suaves la golpean y vuelven, porque ella es una escollera compacta.
Se sumerge de nuevo, de nuevo
bebe más agua, ahora sin avidez, porque ya no la necesita. Es la amante que
sabe que volverá a tenerlo todo. El sol se abre más y la eriza al secarla, ella
vuelve a zambullirse: está cada vez menos ávida y menos aguda. Ahora sabe lo
que quiere. Quiere estar de pie, quieta en el mar. Y así se queda. Como contra
los flancos de un barco, el agua golpea, vuelve, golpea. La mujer no recibe
transmisiones. No necesita comunicarse.
Después, camina dentro del agua,
de regreso a la playa. No está caminando sobre las aguas —ah, nunca haría eso
después de que hace milenios ya anduvieron sobre las aguas— pero nadie le quita:
caminar dentro de las aguas. A veces el mar le opone resistencia, empujándola con
fuerza hacia atrás, pero entonces la proa de la mujer avanza un poco más dura y
áspera.
Y ahora pisa la arena. Sabe que está
brillante de agua, y de sal y de sol. Aunque lo olvide de aquí a unos minutos,
nunca podrá perder todo eso. Y sabe de algún modo oscuro que sus cabellos
escurridos son los de un náufrago. Porque sabe, sabe que corrió un peligro. Un
peligro tan antiguo como el ser humano.
viernes, 21 de diciembre de 2012
- Julio Cortázar - Happy New Year -
Mira, no pido mucho,
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.
Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestás tu mano en esta noche
de fìn de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones técnicas.
Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.
Así la tomo y la sostengo,
como si de ello dependiera
muchísimo del mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres.
jueves, 8 de noviembre de 2012
- Juan Gelman -
Escribe y se expulsa a
sí mismo de sí mismo. Entonces son posibles sueños que no soñó y todo
lo que habita su vacío: monstruos, ángeles, criaturas que no lo
reconocen y él no podrá tocar con las manos cortadas.
jueves, 25 de octubre de 2012
miércoles, 24 de octubre de 2012
- Rainer Maria Rilke - Canción de Amor -
¿Cómo sujetar mi alma para
que no roce la tuya?
¿Cómo debo elevarla
hasta las otras cosas, sobre ti?
Quisiera cobijarla bajo cualquier objeto perdido,
en un rincón extraño y mudo
donde tu estremecimiento no pudiese esparcirse.
Pero todo aquello que tocamos, tú y yo,
nos une, como un golpe de arco,
que una sola voz arranca de dos cuerdas.
¿En qué instrumento nos tensaron?
¿Y qué mano nos pulsa formando ese sonido?
¡Oh, dulce canto!
martes, 9 de octubre de 2012
- Marguerite Duras -
Lo que ahí ocurre es precisamente el silencio, ese
lento trabajo de toda mi vida. Nunca he escrito, creyendo hacerlo, nunca he
amado, creyendo amar, nunca he hecho nada salvo esperar delante de la puerta
cerrada.
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- Alejandra Pizarnik -
El poema que no digo,
el que no merezco.
Miedo de ser dos
camino del espejo:
alguien en mí dormido
me come y me bebe.
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- Julio Cortázar - Prosa del Observatorio -
Esa hora que puede llegar
alguna vez fuera de toda hora, agujero en la red del tiempo, esa manera de
estar entre, no por encima o detrás sino entre, esa hora orificio a la que se
accede al socaire de las otras horas, de la incontable vida con sus horas de
frente y de lado, su tiempo para cada cosa, sus cosas en el preciso tiempo,
estar en una pieza de hotel o de un andén, estar mirando una vitrina, un perro,
acaso teniéndote en los brazos, amor de siesta o duermevela, entreviendo en esa
mancha clara la puerta que se abre a la terraza, en una ráfaga verde la blusa
que te quitaste para darme la leve sal que tiembla en tus senos, y sin aviso,
sin innecesarias advertencias de pasaje, en un café del barrio latino o en la
última secuencia de una película de Pabst, un arrimo a lo que ya no se ordena
como dios manda, acceso entre dos ocupaciones instaladas en el nicho de sus horas,
en la colmena día, así o de otra manera (en la ducha, en plena calle, en una
sonata, en un telegrama) tocar con algo que no se apoya en los sentidos, esa
brecha en la sucesión, y tan así, tan resbalando, las anguilas, por ejemplo, la
región de los sargazos, las anguilas y también las máquinas de mármol, la noche
de Jai Singh bebiendo un flujo de estrellas, los observatorios bajo la luna de
Jaipur y de Delhi, la negra cinta de las migraciones, las anguilas en plena
calle o en la platea de un teatro, dándose para el que las sigue desde las
máquinas de mármol, ese que ya no mira el reloj en la noche de París; tan
simplemente anillo de Moebius y de anguila y de máquinas de mármol, esto que
fluye ya en una palabra desatinada, desarrimada, que busca por sí misma, que
también se pone en marcha desde sargazos de tiempo y semánticas aleatorias, la
migración de un verbo: discurso, decurso, las anguilas atlánticas y las
palabras anguilas, los relámpagos de mármol de las máquinas de Jai Singh, el
que mira los astros y las anguilas, el anillo de Moebius circulando en sí
mismo, en el océano, en Jaipur, cumpliéndose otra vez sin otras veces, siendo
como lo es el mármol, como lo es la anguila: comprenderás que nada de eso puede
decirse desde aceras o sillas o tablados de la ciudad; comprenderás que sólo
así, cediéndose anguila o mármol, dejándose anillo, entonces ya no se está
entre los sargazos, hay decurso, eso pasa: intentarlo, como ellas en la noche
atlántica, como el que busca las mensuras estelares, no para saber, no para
nada; algo como un golpe de ala, un descorrerse, un quejido de amor y entonces
ya, entonces tal vez, entonces por eso sí.
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- Idea Vilariño -
ENTREVISTA A IDEA
VILARIÑO
Por Elena Poniatowska.
Visité a Idea Vilariño en
su casa en Montevideo en 2001 cuando pude conocer Uruguay (apenas dos días)
gracias al Premio Alfaguara. Montevideo estaba vacío y frente a las puertas
cerradas de casas y edificios, hombres y mujeres veían fijamente el horizonte desde
el malecón como si con la fuerza de su mirada imantaran a una nave que llegara
a embarcarlos para llevárselos. Montevideo me pareció bello y triste.
Anacrónico también. Helena y Eduardo Galeano, ausentes (en España o en Estados
Unidos, no sé) mi imaginación los suspendió en el tiempo, como a Uruguay, el
más europeo de los países de América Latina, suspendido entre Europa y América
Latina, suspendido como una pompa de jabón entre el pasado y el futuro,
suspendido como un paraíso perdido.
En Montevideo hice dos
visitas importantes, una al admirable general Liber Seregni que pasó tantos
años en la cárcel, otra a Idea Vilariño a quien Juan Carlos Onetti le dedicó
"Los adioses" y cuya obra conocí porque la actriz Susana Alexander
recitaba en escuelas y teatros un poema ("Ya no") que nos hacía
llorar:
Ya no será,
ya no viviremos juntos,
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa, no te
tendré de noche
no te besaré al irme,
nunca sabrás quien fui
por qué me amaron otros.
No llegaré a saber por
qué ni cómo, nunca
ni si era de verdad lo
que dijiste que era,
ni quién fuiste, ni qué
fui para ti
ni cómo hubiera sido
vivir juntos,
querernos, esperarnos,
estar.
Ya no soy más que yo para
siempre y tú
Ya no serás para mí más
que tú.
Ya no estás en un día
futuro
no sabré dónde vives, con
quién
ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca
como esa noche, nunca.
No volveré a tocarte. No
te veré morir.
Idéntica a su poesía,
bella y triste, encontré a Idea Vilariño sola en su departamento de Anzani 2129
donde vive con su hermana llamada Poema. Idea y Poema son sus nombres de pila
porque así las llamó su padre, el anarquista Leandro Vilariño, poeta
injustamente olvidado que tenía una calera en la calle de Justicia en
Montevideo. Los cinco hijos se llamaron Alma, Azul, Idea, Poema y Numen, el más
pequeño y un muy destacado pianista. Además de escuchar música y de adentrarse
en la literatura clásica, el padre les leía su propia poesía, la de Almafuerte,
Herrera y Reissig, y Darío. Don Leandro tenía un oído infalible y podía reconocer
la métrica de un poema aunque la ocultara su composición gráfica. Idea estudió
piano pero lo que más le gustó fue el violín al que le dedicó diecisiete años.
Idea se sentó frente a
mí, frágil, retraída, delgada, muy bien peinada y supongo que escogió su sillón
favorito e iniciamos en la penumbra una entrevista desencantada, quizá la misma
que ha dado a lo largo de su vida, la única, la de la única respuesta porque
Idea no concede entrevistas ni es protagonista de nada, ni siquiera de sí
misma. Su gran amiga Inés Larre Borge (que preparaba un libro hermoso sobre
ella) me había contado cómo Idea sobrellevaba los problemas de la vida
cotidiana (en Uruguay el salario mínimo es de cuarenta dólares al mes) y los de
su creación literaria, es decir, su alta poesía que inició de niña como un
servicio a sus compañeras de clase porque al igual que nuestra Rosario
Castellanos, Idea hacía poemas de amor que las quinceañeras entregaban a sus
enamorados como si fueran propios. Esta Cyrana de Bergerac tempranera nunca se
dio cuenta de su talento y tampoco creyó en él. Creyó en cambio en el
sinsentido de la vida, en la muerte que crece junto a nosotros, en su mundo sin
Dios, en el fracaso del amor y la belleza, la desolada inutilidad de todo
esfuerzo. "En la arena caliente, temblante de blancura/cada uno es un
fruto madurando su muerte".
LA SUPLICANTE
Un año antes comimos con
el buen amigo argentino Luis Gregorich y su mujer en Buenos Aires y entonces,
Idea, de anteojos negros, me pidió que la tuteara y lo hice con temor y
respeto. También me explicó que no creía en las anécdotas, no se sabía una sola.
"Por eso no concedo entrevistas." Ya Luis Gregorich me había
advertido que Idea rechazó premios, se negó hasta a recibir la beca Guggenheim
codiciada por todos, no hace apariciones públicas, no da conferencias y se
mantiene al margen de la vida literaria. Sólo aceptó un reportaje que le hizo
Mario Benedetti hace años. En cambio había escrito un poema a Guatemala a raíz
del golpe de Estado contra Arbenz y en su libro Pobre mundo de 1988 hablaba de
la violencia, la desaparición, la tortura y la muerte en América Latina.
– ¿Idea, cómo has vivido
la poesía a lo largo de tu vida?
– En el único reportaje
que consentí en publicar hasta ahora, le recuerdo a Mario Benedetti que hacía
versos antes de saber escribirlos, antes de mis seis años. En esa casa se oía
música, mucha ópera; mi padre, un fino poeta, nos decía a menudo –aunque
supongo que esto fue algo después– poemas suyos o de otros. Pero lo que yo hice
hasta la adolescencia no se parecía a nada de lo que escuché. No se me ocurría
remedar, no asimilaba nada de aquello, no aprendía ni siquiera de los que más
me gustaban –Juan Ramón, Darío, José Asunción Silva. Las pocas cosas que
recuerdo de aquella niña analfabeta eran estrofas breves e ingenuas, que no
decían nada mío; malas, pero perfectamente medidas y rimadas, aunque yo no
supiera qué era eso. No las decía. Tampoco mostraba las de mis diez, doce años,
aunque en casa ya sabían que "escribía". Creo que las cosas cambiaron
a mis quince o dieciséis años.
– ¿Por qué?
– A los once años me
quedé mirando en un espejo mis ojos serios, adultos. Fue una conmoción profunda
saber que estaba ahí –persona, no niña. Como estoy hoy. Los ojos siguen
estando. Simplemente, hubo zonas que al ser tocadas se pusieron a vivir. Pero
siempre supe todo.
Se fueron sumando vida,
madurez; el mundo fue cambiando.
– ¿Tu padre?
– Mi padre era un poeta y
un gran conocedor de formas y de ritmos. Y tal vez el mejor lector de poemas
que conocí: hacía oír también el sonido, los acentos. Ambas condiciones fueron
una buena escuela desde temprano. Por otra parte diría que tengo algo de eso
que llaman "espíritu científico" porque pensaba dedicarme a la
investigación científica. Quise saber qué pasaba con los versos. Perdí mucho
tiempo leyendo acerca de sáficos y anapésticos, de rimas femeninas y
masculinas. Luego di con Servien y su método y, aunque él mismo no lo había
desarrollado, fue lo que yo estaba buscando. Permite un estudio de los ritmos
casi infinito y para mí apasionante. Es lo que sé hacer mejor. Alguna vez le
dije a Ruffinelli que, si hoy no hubiera otras cosas más urgentes en qué
trabajar, habría que pagarme para que me encerrara a trabajar en eso. Tal vez
no importa demasiado; hoy importan más, y con sobradas razones, otras zonas del
quehacer artístico. Sea como sea, a mí la poesía me interesa sobremanera.
Habría que decir que Idea
Vilariño es considerada según Natalia Gianini como la voz de toda una
generación de resistencia a la dictadura. Escribió la canción de protesta más
querida, "Los Orientales", y a menudo sale reseñada en programas
televisivos y en periódicos con Mario Benedetti, sobre todo por su poesía de
carácter político. Sin embargo, ella misma ha dicho que la poesía no tiene nada
que ver con la política. En el documental "Idea" de 1997, dirigido
por Mario Jacobs, Idea Vilariño comenta que detesta gran parte de lo que se
llama poesía y declara que "Dios es un problema que no existe". Para
ella la verdad última se encuentra en uno de sus poemas titulado "Es
negro": "Es negro para siempre/ las estrellas, los soles y las lunas/
y pingajos de luz diversos/con pequeños errores/ suciedad pasajera/ en la
negrura espléndida/ sin tiempo/ silenciosa". Su actitud recalcitrante le
ha dado su fuerza pero también su debilidad.
– ¿Y la poesía, Idea?
–pregunto por no dejar y porque en 1994 Cal y Canto publicó su Poesía completa
con sus poemas de los veinte años que tienen la misma visión sombría de sus
Nocturnos y de No y contienen ya la esencia de su poesía adulta. "El amor
no es más que un pozo de agua oscura,/ los astros sólo son barro que brilla,/
el amor, sueño, glándulas, locura,/ la noche no es azul, es amarilla".
ATADA AL MÁSTIL
– La poesía, Elena, fue
una conmigo siempre. La viví naturalmente, como algo inevitable, privado, que
no me daba ningún realce y la hacía sin deliberación, sin proponérmelo, como lo
hice después, como lo he hecho siempre. Creo que nunca supe cómo iba a terminar
un poema –hasta ahora es así. Necesito decir algo; eso es compulsivo. Pero no
sé cómo lo diré, aunque al escribir tenga un dominio absoluto de lo que hago,
pero desde la primera línea el poema, su ritmo, eso que es imperativo decir me
lleva hasta el final, hasta el cierre inevitable.
Sé que parece
contradictorio. Bueno, es así.
MI POESÍA SOY YO
–¿Entonces qué es para ti
la poesía?
– No sé cómo decirte qué
es la poesía para mí. Es una forma de ser, de mi ser. Todo lo demás de mi vida
son accidentes. Pude ser profesora o no. Sola o no. Música o no. Traductora de
Shakespeare o no. Estudiosa de la prosodia o no. Todas las cosas que amé y que
realicé en la medida que pude. La poesía no fue accidental. Mi poesía soy yo.
Por eso no me interesaba publicar; es más, deseé no haber publicado nunca (hay
poemas que jamás mostré). Escribir era otro asunto. Era, como te decía,
compulsivo. Salvo las cosas políticas, y alguna carta, nunca escribí pensando
que alguien lo leyera. Lo que decía era privadísimo y no buscaba llegar a otro,
comunicar. Publicar fue tan contradictorio, tan poco coherente como seguir viviendo
cuando sabía, y cómo, cuando pensaba lo que pensaba del hecho de vivir. Esas
incoherencias fueron difíciles de sobrellevar. A esta altura ya nada importa.
Empecé a hacer versos
antes de saber escribir. Tonterías, pero muy cantables. Me parecían admirables
los poemas de mi padre. De sobremesa le pedíamos que dijese nuestros favoritos.
Julio Herrera: "Junio, el rey más blanco, blanco néctar bebe/ bebe blanca
nieve; nieve blanca harina". ¡Almafuerte! Darío: "El olímpico cisne
de nieve", "Margarita, está linda la mar". A los diez años ya me
sabía de memoria el larguísimo "Los motivos del lobo", de Darío, pero
por mi timidez jamás me habría atrevido a decirlo en público. Pero no creo que
hubiera muchos rastros de todo eso en mis malos poemas de entonces ni en los de
mi primera adolescencia. Escribir era un acto privado y ni se me ocurría decir
lo de otros o mejorar las cosas acordándome de lo que hacían. Si no tal vez lo
hubiera hecho mejor.
Tampoco vi en otras
admiraciones que vinieron después ejemplos sino coincidencias en las vivencias.
Verlaine: "Qu´as tu fait, ó toi que voilá,/pleurant sans cesse,/dis, qu´as
tu fait, toi que voilá/de ta jeunesse?". Zonas de Hugo, de Mallarmé, de
Leconte de L´Isle: "Moi, je t´envie au fond du tombeau calme et noir/ d´etre
affranchi de vivre et de ne plus avoir/ la honte de penser ni l´horreur d´etre
un homme". Y Alexandre y Neruda y Jorge Guillén y los descubrimientos de
Quevedo y Yeats y de Vallejo, que leí muy tarde. Y no habría que hablar sólo de
los poetas. Supongo que es la historia de todos; supongo que todos nos
modifican en alguna medida pero en zonas poco detectables. Tal vez rompen los
ojos, pero no veo en mis cosas influencias claras de lo que más me importó.
Escribir siguió lo más privado, auténtico, desgarrado mío, desligado, por otra
parte, como acto creador, de toda voluntad o actitud "literaria". Lo
que sabía y lo que hubiera incorporado ya eran yo. ¿Yo?
Hubo cuatro libros que
seguramente me hicieron algo, y son cuatro antologías que llegaron, me parece
ahora, en un momento clave: las de poesía española de Domenchina, y las de
poesía uruguaya de Zun Felde y de Brughetti. De esta última recuerdo ahora los
impactos de Vicente Basso Maglio y del primer Juan Cunha.
URUGUAY Y AMÉRICA LATINA
ME IMPORTAN ENTRAÑABLEMENTE
– ¿Qué América Latina?
¿Qué Uruguay?
– Qué América Latina, qué
Uruguay. Están entre las cosas que me importan entrañablemente, como aquellas
de publicar sin querer publicar, de vivir sin querer vivir. Están por un lado
el amor, la congoja, la esperanza –a veces, cuánta– el imperativo moral que me
llevan a ayudar, a actuar y, por otro, el escepticismo, el descreimiento. Uno
de mis poemas comienza así: "Por qué no volará en cien mil pedazos/ esta
escoria volante este puñado/de tierra y de dolor/aire y basura". Otro
termina así: "este amor desgarrado por el mundo/ esta diaria constante
despedida". Y ambos son verdad.
¿Cómo puedo explicarte estas contradicciones?
Antonio Muñoz Molina
escribió que Poemas de amor es un libro con argumento, con principio y fin, con
episodios. "No creo que una novela con toda su retórica, pueda ofrecer una
imagen más completa de una pasión".
– ¿Cómo definirías tu
propia poesía dentro del contexto de América Latina?
– Definirla no sé. Es una
pregunta extraordinariamente difícil. Soy una cruel lectora. A veces pienso que
detesto la poesía, por lo menos cuando no se trata de los grandes fulgores de
belleza, del canto serio. Tengo un implacable rigor conmigo misma cuando
escribo, tal vez por eso no tengo que corregir después. Y lo tengo para los
otros.
Puedo equivocarme como el
que más, aunque no lo creo; piso con tanta seguridad en ese terreno.
– Dedicas tus libros a
J.C.O.
– Aunque este libro está
dedicado a J.C.O., no todos los poemas son suyos. Lo son, sin duda, los más
dolorosos o desolados. No porque aquel amor fuera así, sino porque fueron
escritos en momentos así.
– ¿Escribes en versos
libres?
– Nunca los ha habido
menos libres. Un ritmo riguroso los ordena y sólo para los ojos parecen libres.
¿Qué significado tiene el ritmo?
Es fundamental en todo
hecho poético. En un poema puede fallar todo lo demás; hasta puede, en
determinados juegos, faltar el sentido; nunca el ritmo. Es esencial; por él
algo es o no lírico.
Es difícil entrevistar a
Idea, tal parece que no cree en las preguntas, no cree en las respuestas, no
cree en nada. Hago las preguntas de cajón a las que responde sin entusiasmo,
sólo por cortesía y porque finalmente todos nos vamos a morir y eso tampoco
importa. Repaso mentalmente su poema: "Lejano infancia paraíso cielo./Oh
seguro, seguro paraíso/ no quiero ya no quiero/ la sucia sucia sucia luz del
día".
– ¿Las influencias? Sí, hay que pensar en los
admirables poemas de amor de Salinas, tan intelectuales; en los juegos
inteligentes y llenos de humor de Queneau. ¿Jiménez? Tal vez tenga yo
influencia de Jiménez en los primeros poemas que publiqué, finalmente no creo
que tenga muchas influencias. Como le dije al principio mi poesía soy yo.
– ¿La crítica?
– Así como me importa
mucho el juicio moral sobre mi conducta –política, gremial, etcétera– nunca me
importó lo que se dijera sobre lo que escribo. Ni nunca me sirvió de nada.
Recuerdo haber atendido una observación de Juan Carlos Onetti, otra de Manuel
Claps, una de mi hermana Poema. Eso es todo.
La mayor parte de lo que
se ha escrito sobre mi obra es en extremo comprensivo y generoso, salvo los
malentendidos de siempre. Sin embargo, nunca lo miro sino muy rápidamente, y el
sentimiento predominante es de violencia, de rechazo, porque está invadiendo
mis fueros más privados. Naturalmente que la culpa es mía por publicar mis
poemas. La propia índole de lo que escribo lleva al crítico a ocuparse de la persona
más que de lo hecho.
No sé si me reconocería
por la calle o en cualquier circunstancia.
Uno de mis problemas es
hoy un problema de identidad. Tal vez porque no se puede ser tantas cosas y en
tantos planos como estamos obligados a ser, y a seguir sabiendo quiénes somos.
Recuerdo que una noche en Cuba me puse a leer mis propios poemas para saber
quién era.
"Yo./No sé quién
soy./Mi nombre/ya no me dice nada./No sé qué estoy haciendo./Nada tiene ya más
que ver con nada/Digo yo/por decirlo de algún modo."
EL ACTO MÁS PRIVADO DE MI
VIDA
– Escribir poesía es el
acto más privado de mi vida realizado siempre en el colmo de la soledad y del
ensimismamiento, realizado para nadie, para nada. A menudo, a la mañana
siguiente lo olvidé y pueden pasar meses antes que encuentre esas líneas, el
poema escrito de una vez, aunque a veces seguidas. Y, por supuesto, salvo raras
excepciones, no lo muestro; en algún caso, por años.
– Entonces ¿para qué
publicas?
– ¿Por qué he publicado?
La poesía puede ser como el acto creador algo muy íntimo, pero una vez
realizada podría darse la necesidad de comunicación. Bueno, tal vez algo falla
porque tampoco la siento. No tengo en ese campo los reflejos propios de un
escritor y que funcionan cuando escribo ensayos, por ejemplo. Pero viviendo
entre escritores, siendo yo misma un crítico, vi en algún momento que este o
aquel conjunto de poemas –siempre poemas de cierto tiempo, como para poder
considerarlos objetivamente, como si fueran de otro, casi– vi que tenían
coherencia, que eran un libro. Y entré en el juego. No estoy segura de que esta
sea la explicación correcta u honesta. Hay una evidente dicotomía. Sé que
desearía no haber publicado nunca. No me importa ya cuando se trata de
reediciones. Pero dado el carácter de dolorosa intimidad de la mayor parte de
mis poemas, sentí, después, cada libro como un acto de impudicia, de
exhibicionismo. Hay poemas que nunca publiqué ni mostré a nadie. Eso debería
haber hecho con todos. O casi. A esta altura ya todo eso importa poco.
– Pero tu poema "Los
Orientales" es un acto político que se canta en las plazas públicas de
Uruguay y eres considerada una opositora, una contestataria, una combatiente. A
ti te buscan los jóvenes, te admiran.
– Otra cosa pasa con los
poemas de respuesta, con los de carácter político, con las canciones que buscan
naturalmente un público. No creo que se trate de sacrificar sino de escribir en
otra tesitura, dando voz a otros, diciendo lo que debe decirse, lo que la gente
quiere o necesita oír.
Cuando la lucha contra el
Tratado Militar con Estados Unidos publiqué algunos poemas políticos –uno, que
nunca más vi, "En archa"; otro, "A Guatemala" que no
gustaron a nadie. Pero el Uruguay era otro. Con un poco de distracción todavía
eran posibles el individualismo, el retraimiento, el trabajo intelectual reposado.
Hubo la tarea absorbente de hacer la revista Número, hubo una buena dosis de
enfermedad, dificultades, amor.
– ¿Qué significó
"Número" para ti?
– ¿A quién puede
importarle "Número" hoy? Éramos "escritores", gente
distinta que irrumpía en una especie de vacío literario, y construimos nuestro
vehículo. En un país que vegetaba, o se pudría opacamente, y en un medio
literario que seguía el mismo camino teníamos una tarea cultural convencional y
alineada, pero necesaria y creadora, entre las manos. Ayudamos a hacer,
supongo, esa actitud crítica y rigurosa que saneó el ambiente, a crear público,
a ponerlo un poco al día. En la segunda época no quise colaborar, entre otras
cosas, porque entonces ya no tenía sentido, me parecía, una tarea puramente literaria,
apolítica.
Para mí, en aquel
entonces, significó bastante: el trabajo en equipo, la obligación de escribir,
pero ahora me parece cosa de otro mundo.
Por el '60 andaba
comenzando mi casa en "Las Toscas" para retirarme, salirme de todo. Y
entonces empezó la lucha por Cuba, y después la nuestra. Entonces la
revolución, como toda experiencia auténtica, fue dando sus poemas.
– De allí que hayas
trabajado en letras de canciones políticas.
– El factor determinante
fue, sin duda, la pléyade de excelentes cantores populares militantes y
valientes que tenemos. Si no, me hubiera quedado en los poemas políticos. Pero
había allí un vehículo inmejorable –llegan a donde nuestros libros no llegaron
nunca, a todos– y, además, ellos necesitaban letras. Y la gente necesita
oírlos.
Por eso me ha dado mucha
más alegría oír cantar por ahí, más o menos anónimamente, "Los
Orientales", que la edición de mis poesías completas que ni a mí ni a
nadie importó nada.
– ¿El amor y la muerte
son tus obsesiones?
– No son obsesiones sino
certezas. Y creo que la actitud más lúcida, más sana, es tener presente que la
vida y que el amor se acaban. Ver a los otros y a uno mismo caminando a la
muerte, vivir el amor a término, tal vez hagan el amor y la vida más terribles,
pero también digo que los hacen más intensos y más hondos.
Viajé a Cuba en el '67,
como jurado; en el '68, como delegada al Congreso Cultural de La Habana. Eso
fue invalorable porque las dos veces recorrí la isla y vi el avance increíble
–desde aquí no soñable– que puede hacer un país en un año, en ocho meses. Bueno,
sacudió todos mis posibles escepticismos; se me hizo evidente la posibilidad de
hacer una revolución con alegría, con articulaciones flexibles; la posibilidad
de la recuperación de todo, de la tierra y sus bienes, de los seres humanos.
Todo lo que uno sabía, creía, esperaba, recibía allá una hermosa confirmación,
una cálida corriente de vida.
– Debe ser difícil
relacionar el optimismo revolucionario con tu constante pesimismo.
– ¿Qué haría yo con mi
poesía, con mi visión nihilista y escéptica más que pesimista y –angustiada– en
medio de una revolución? Tal vez mi actitud más profunda sea un
"producto" del sistema, como explicó Enrique Amorín a Ariel Badano
que criticaba los que llamó mis "Nocturnos para suicidas". Tal vez,
pero sea como sea, ya no tiene remedio.
Sin embargo uno es más
que su yo profundo, que su posición metafísica; hay otras cosas que cuentan: el
dolor por la tremenda miseria del hombre, el imperativo moral de hacer lo
posible por que se derrumbe la estructura clasista para dar paso a una sociedad
justa. Aun cuando uno sea coherente con su actitud esencial –hay una sola
coherencia posible– no puede evitar ver el dolor, no puede rehuir el deber
moral. Y entonces se pone a compartir la lucha, a ayudar la esperanza.
– Como lo dices en tu
poema: "en cada esquina esperan los orientales"
– Es el derrumbe del mito
"arcádico", como diría Salazar Bondy, porque es tan estruendoso que
por sí solo despierta a muchos, porque ya nadie puede ser, de buena fe,
conservador. ¿De qué? ¿Quién se suicida, quién se retira del mundo, quién lleva
un diario íntimo, quién, ahora?
FIN
La poetisa Idea Vilariño
nació en Montevideo, Uruguay en 1920.
Influenciada por la
poesía, el ritmo y la prosodia de su padre, el olvidado poeta Leandro Vilariño.
Desde niña, Idea da muestras de una enorme sensibilidad a las palabras aunque
es incierto el momento en que empezó a escribir poesía ya que fue una
experiencia muy anterior a la escritura; sin embargo la poesía la vivió de una
forma natural que hacía sin ninguna pretensión.
No es consciente del
tiempo a pesar de que son cuarenta años de escribir. Es contemporánea a la
generación de los poetas uruguayos del '45, entre los que se encuentran Mario
Benedetti, Manuel Claps, Emir Rodríguez Monegal, Ángel Rama e Ida Vitale.
Para Idea, la poesía se
convirtió en el "acto más privado de su vida realizado en el colmo de la
soledad y del ensimismamiento, realizado para nadie, para nada". Su
calidad literaria atiende a una cuestión existencial donde ninguna palabra sobra
y ninguna alerta falta. Así como la poeta Rosario Castellanos dijo: "Hoy
me miré al espejo, y no vi a nadie", Idea también toma distancia del
espejo que nos mira y de la incógnita de lo que somos.
En 1945 aparece La
suplicante, su primer cuaderno de poesía. Su obra poética la integran: "El
paraíso perdido" (1949); "Nocturno" (1955); "Poemas de
amor" (1957); "Pobre Mundo" (1966); "No" (1980). En
1967 integra el jurado del Premio Literario Casa de las Américas. Ha
desarrollado además una extensa obra crítica y ensayística donde resaltan los
títulos: "Julio Herrera Reissig" (1950) y "Grupos simétricos en
poesía" (1958).
Idea Vilariño se
consolida con "Nocturno" (1955) en una voz poética que es ajena a lo
que se entiende por "lenguaje poético". La soledad es radical y la
muerte una presencia en cada verso. A pesar del gran valor de su obra, de todos
los poetas de su época, es la menos publicitada.
Idea ha mantenido un
hermetismo total respecto a su obra negándose a publicar sus libros pero al
mismo tiempo los publica ante la necesidad de comunicar cuando el acto de
creación cumple su cometido: reposa un tiempo y después sale a la luz, aunque
en ella existe un sentimiento contradictorio que le dice que nunca debió
publicar: "Pero eso a estas alturas ya no importa."
La poesía era para Idea
una forma de ser, para ella; todo lo demás en su vida fueron accidentes:
"Pude ser profesora o no. Sola o no. Música o no. Traductora de
Shakespeare o no. Estudiosa de la prosodia o no. Todas esas cosas que amé y que
realicé en la medida que pude. La poesía no fue accidental. Mi poesía soy
yo".
Cada poema de Idea es una circunstancia que
ubica a la poesía y a ella misma en un espacio y un tiempo. Su obra se alimenta
de su pensamiento político que plasma en sus poemas, como Playa Girón, la
muerte del Che, la tortura en la América Latina, Nicaragua. Son circunstancias
que a ella la involucran como escritora.
El ritmo es fundamental
en todo hecho poético y en Idea la identidad es una constante ya que no se
pueden ser tantas cosas en tantos planos. Se leía a sí misma para saber quién
era. Las obsesiones no existen en la poesía de Idea Vilariño, sólo las
certezas, como el que la vida y el amor se acaban. No está presente en el
texto, el lenguaje la define, es nombre y sustancia a la vez, es el signo y la
nada, es palabra y el ser. A su poesía le quita la voz y la vuelve sensación en
un lenguaje arbitrario. Idea no se materializa y reniega de sí misma en
"un yo que no soy".
Rechazó premios,
reconocimientos, entrevistas, becas, entre ellas la más codiciada Guggenheim.
Es un árbol solitario del que sus frutos se saborean sin comerlos.
Querida Elena:
Nunca supe si te llegó mi
carta con las respuestas a unas preguntas que me dejaste. Pero me preocupó más
que nada haberte abrumado con los problemas de mi vida, que a veces no sé cómo
sobrellevar, pero que no tenía derecho a infligirte después de tu querido gesto
de hacer tiempo para visitarme entre tus agotadoras jornadas de aquellos días.
Te lo agradecía mucho, y te quise mucho, sabes.
Ahora me llamó Ana Inés
Larre Borges para saber si habías escrito aquella nota. Entiendo que te la
pidió Cal y Canto que preparaba un libro hermoso sobre mí, con fotos,
documentos, cartas, opiniones, etcétera.
Irán cosas de Gelman, M.
Molina, Galeano, Albistur, J. Ramón Jiménez, Onetti. Tal vez no sepas que el
director del Cal y Canto, mi queridísimo Alberto Oreggioni, murió en estos
días. Pero Ana Inés está empeñada en que la editorial siga con cuanto él había
comenzado; entre otras cosas, ese libro. De modo que si la hubieras hecho
¿podrías enviármela?
¿Qué otra cosa me habrías
preguntado? Respondo cosas en que tropezaron otros. Por ejemplo. Que son para
mí más importantes, esenciales los Nocturnos, el No, que los Poemas de amor que
llaman mis poemas eróticos. Hay entre ellos, algunos poemas eróticos, pero,
cuando hablo de amor la potencia total del ser está en juego.
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