Aire del fuego, no supiste jugar.
Arrojaste sobre mi casa una tela negra. ¿Qué es esta opacidad
en todas partes? Es la opacidad que cubrió mi cielo. ¿Qué es este
silencio en todas partes? Es el silencio que hizo callar mi canto.
Para esperar me hubiera bastado con un hilo de agua. Pero te lo llevaste todo. El sonido que vibra me fue quitado.
No supiste jugar. Atrapaste las cuerdas. Pero no supiste
jugar. Tapiaste todo en seguida. Rompiste el violín. Arrojaste una
llama sobre la piel de seda para hacer un horrible pantano de sangre.
El bienestar reía en su alma. Pero era todo mentira. No fue largo el reír.
Ella estaba en un tren que rodaba hacia el mar.
Estaba en un huso que hilaba sobre la roca. Se abalanzaba, aunque
inmóvil, hacia la serpiente de fuego que iba a consumirla. Y fue allí,
de pronto, cuando sorprendió a la confiada, mientras peinaba sus
cabellos, contemplando, en el espejo, su felicidad.
Y cuando vio subir esa llama sobre ella, oh.
Al instante, la copa le fue arrancada. Sus manos ya no han
sido nada más. Vio como se la apretaba en un rincón. Se detuvo allí
arriba como un enorme tema de meditación por resolver antes que nada.
Dos segundos más tarde, dos segundos demasiado tarde, huía hacia la
ventana, pidiendo socorro.
Toda la llama entonces la rodeó.
Ella se encuentra ahora en una cama, y su sufrimiento sube
hasta el cielo, sin encontrar a Dios y su sufrimiento desciende hasta
el fondo del infierno sin hallar al demonio.
El hospital duerme. La quemadura despierta. Su cuerpo, como un parque abandonado.
Desalojada de sí misma, busca cómo volver. El vacío en donde maniobra no responde a sus movimientos.
Lentamente, en la granja, su trigo arde.
Ciega, a través de la larga barrera del sufrimiento, durante un mes, remonta el río de la vida, natación atroz.
Paciente, en lo innombrable inflado, vuelve a trazar sus
formas elegantes, teje de nuevo la camisa de su piel fina. La curación
está allí. Mañana cae la última venda. Mañana.
Aire de la sangre, no supiste jugar. Tampoco tú supiste.
Arrojaste súbitamente, estúpidamente, tu tonta piedrecilla obstructora a
través de una aurora nueva.
Ella ya no encontró lugar en el tiempo. Le fue preciso volverse hacia la muerte.
Apenas si divisó la ruta.
Un segundo abrió el abismo. El siguiente la precipitó en él.
Uno se ha quedado confundido de este lado. No ha habido tiempo para decir hasta luego. No ha habido tiempo para una promesa.
Ella había desaparecido del film de esta tierra.
Lou
Lou
Lou, en el retrovisor de un breve instante
Lou ¿no me ves?
Lou, el destino de estar juntos para siempre
en que tenías tanta fe
¿Y bien?
No vas a ser como las otras que ya nunca más hacen una seña,
sumergidas en el silencio.
No, no debe besarte a ti una muerte para separarte de tu amor.
En la pompa horrible
que te espacia hasta yo no sé qué milésima dilusión
buscas aún, nos buscas lugar
Pero tengo miedo
No hemos tomado bastantes precauciones
Debimos haber sido informados mejor,
Alguien me escribe que tú, mártir, velarás ahora por mí.
¡Oh! Lo dudo.
Cuando toco tu fluido tan delicado, persistente en tu cuarto y tus objetos familiares que aprieto en mis manos
este fluido tenue al que sería preciso proteger para siempre
Oh, lo dudo, dudo y tengo miedo por ti,
impetuosa y frágil, dispuesta a las catástrofes
Con todo, voy a las oficinas en busca de certificados
dilapidando momentos preciosos
que sería preciso emplear antes que nada entre nosotros precipitadamente
mientras tiritas
esperando en tu maravillosa confianza que yo venga a ayudarte a sacarte de allí, pensando "Seguramente vendrá
Habrá podido tener algún percance pero no tardará
Vendrá, yo lo conozco
No va a dejarme sola
No es posible
No va a dejar sola a su pobre Lou".
Yo no conocía mi vida. Mi vida pasaba a través de ti. Se había
vuelto simple, ese gran asunto complicado. Se había vuelto simple a
pesar del dolor.
Tu fragilidad: yo era fuerte cuando se apoyaba en mí.
Dime, ¿es que verdaderamente no nos encontraremos nunca más?
Lou, hablo una lengua muerta, ahora que ya no te hablo. Tus
grandes esfuerzos de liana en mí, lo ves, han logrado su fin. ¿Lo ves
al menos? Es cierto, tú jamás dudaste. Se necesitaba un ciego como yo,
se necesitaba tiempo, tu larga enfermedad, tu belleza, resurgiendo de
la debilidad y de las fiebres, se necesitaba esta claridad en ti, esta
fe, para horadar por fin la pared de la apariencia de su autonomía.
Tarde lo vi. Tarde lo supe. Tarde, aprendí "juntos" aquello
que no parecía estar en mi destino. Pero no demasiado tarde. Los años
han existido para nosotros, no contra nosotros.
Nuestras sombras respiraban juntas. Bajo nosotros, las aguas del río de los acontecimientos corrían casi en silencio.
Nuestras sombras respiraban juntas, y todo estaba por ellas recubierto.
Tuve frío con tu frío. Bebí sorbos de tu dolor. Nos perdemos en el lago de nuestros intercambios.
Rico de un amor inmerecido, rico que se ignoraba con la
inconciencia de los poseedores, he perdido ser amado. Mi fortuna ha
quebrado en un día.
Árida, mi vida continúa. Pero no me doy cuenta. Mi cuerpo
permanece en tu cuerpo delicioso y en mi pecho hay antenas plumosas que
me hacen sufrir con el viento del saqueado. La que ya no está se
aleja, y su ausencia devoradora me invade y me consume.
Extraño los días de tu sufrimiento atroz en la cama del
hospital, cuando yo llegaba por los corredores nauseabundos,
atravesados por gemidos, hasta la momia espesa de tu cuerpo vendado y
esperaba emerger de pronto, como el "la" de nuestra alianza, tu voz
dulce, musical, contenida, resistiendo con valor la fealdad de la
desesperación, cuando, a tu vez, escuchabas mis pasos y murmurabas,
libre: "Ah, estás allí".
Yo apoyaba mi mano sobre tu rodilla, por encima del sucio
cobertor, y todo desaparecía entonces: el hedor, la horrible indecencia
del cuerpo tratado como un barril o como un albañal por seres
extraños, atareados y recelosos, todo se deslizaba hacia atrás, dejando
que nuestros dos fluidos, a través de los remedios, se encontraran de
nuevo, se mezclaran en un aturdimiento del corazón, en el colmo de la
amargura, en el colmo de la dulzura.
Las enfermeras, el interno, sonreían; tus ojos llenos de fe apagaban los de los otros.
Aquél que está solo, se vuelve de noche contra la pared para
hablarte. Sabe lo que te animaba. Viene de compartir el día. Ha mirado
con tus ojos. Ha escuchado con tus oídos. Siempre tiene cosas para ti.
¿No me responderás algún día?
Pero tal vez tu persona se ha vuelto como un aire del tiempo
de la nieve, que entra por la ventana, que uno cierra, presa de
escalofríos o de un malestar precursor del drama, como me ha ocurrido
hace algunas semanas. El frío se echó de pronto sobre mis espaldas, yo
me cubrí precipitadamente y me volví cuando eras tú quizás y la más
cálida que pudieras darte, esperando ser bien recibida; tú, tan lúcida,
no podías expresarte de otra manera. Quién sabe si en este mismo
momento no esperas, ansiosa, que yo por fin comprensa, y vaya, lejos de
la vida donde ya no estás, a reunirme contigo, pobremente, pobremente,
es verdad, sin medios, pero nosotros dos aún, nosotros dos.