No quiero escribir sobre Rocamadour, por lo menos hoy, necesitaría tanto acercarme mejor a mí mismo, dejar caer todo eso que me separa del centro. Acabo siempre aludiendo al centro sin la menor garantía de saber lo que digo, cedo a la trampa fácil de la geometría con que pretende ordenarse nuestra vida de occidentales: Eje, centro, razón de ser, Omphalos, nombres de la nostalgia indoeuropea. Incluso esta existencia que a veces procuro describir, este París donde me muevo como una hoja seca, no serían visibles si detrás no latiera la ansiedad axial, el reencuentro con el fuste. Cuántas palabras, cuántas nomenclaturas para un mismo desconcierto. A veces me convenzo de que la estupidez se llama triángulo, de que ocho por ocho por ocho es la locura o un perro. Abrazado a la Maga, esa concreción de nebulosa, pienso que tanto sentido tiene hacer un muñequito con miga de pan como escribir la novela que nunca escribiré o defender con la vida las ideas que redimen a los pueblos. El péndulo cumple su vaivén instantáneo y otra vez me inserto en las categorías tranquilizadoras: muñequito insignificante, novela trascendente, muerte heroica. Los pongo en fila, de menor a mayor: muñequito, novela, heroísmo. Pienso en las jerarquías de valores tan bien exploradas por Ortega, por Scheler: lo estético, lo ético, lo religioso. Lo religioso, lo estético, lo ético. Lo ético, lo religioso, lo estético. El muñequito, la novela. La muerte, el muñequito. La lengua de la Maga me hace cosquillas. Rocamadour, la ética, el muñequito, la Maga. La lengua, las cosquillas, la ética.
Every phrase and every sentence is an end and a beginning.
Every poem an epitaph.
/ T.S.Eliot /
viernes, 28 de diciembre de 2012
jueves, 27 de diciembre de 2012
- Émile Cioran - Tormentos -
La soledad es insoportable, a solas conmigo mismo, a solas con mis pensamientos. No sé cómo distraerlos, cómo atontarlos para que no me atormenten. Surge entonces la rabia ante la impotencia, y la agresividad es un pequeño paso que doy en ese estado. Sentirse solo y estar solo no es lo mismo, pero en mi caso, sí, me siento solo aun cuando no estoy solo, pero lo siento mucho más cuando esa soledad es también física. ¿Soy demasiado consciente de la realidad, y los demás viven en un sueño de idiotas del que no quieren despertar (cosa que no les reprocho), o soy yo el estúpido que cree ver demasiado, sin ver nada? Sea cual sea la respuesta, puedo decir que nunca he pedido estar aquí y aun estando aquí, sólo pienso en cómo salir, sin hacer ruido, sin que se note mi ausencia, como si nunca hubiera estado. Y de esa manera, sentir la ilusión de no haber existido nunca.
lunes, 24 de diciembre de 2012
- Paul Auster - Desapariciones -
Está solo. Y desde el momento en que empieza a respirar
no está en ningún sitio. Muerte plural, nacida
en las mandíbulas de lo singular,
y la palabra que construiría un muro
desde la piedra más interna
de la vida.
Pues él no es ninguna de las cosas
de las que habla,
y a pesar de sí mismo,
dice yo, como si empezara también
a vivir en todos los otros
que no son. Pues la ciudad es ingente,
y la boca no sufre
ningún escape
que no devore la palabra
de uno mismo.
Por tanto, están los muchos,
y todas estas muchas vidas
talladas en las piedras
de un muro,
y aquel que fuera a respirar
sabrá que no hay más sitio adonde ir
que aquí.
Por tanto, empieza de nuevo,
como si fuera a respirar
por última vez.
Pues no hay más tiempo. Y es el final del tiempo
lo que empieza.
- Marguerite Duras -
La escritura llega como el viento, está
desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como nada pasa en la vida,
nada, excepto eso, la vida.
domingo, 23 de diciembre de 2012
- John Keats - Bright Star -
Estrella brillante, si fuera constante como tú,
no en solitario esplendor colgada de lo alto de la noche
y mirando, con eternos párpados abiertos,
como de naturaleza paciente, un insomne eremita,
las móviles aguas en su religiosa tarea
de pura ablución alrededor de tierra de humanas riberas,
o de contemplación de la recién suavemente caída máscara
de nieve de las montañas y páramos.
No, aún todavía constante, todavía inamovible,
recostada sobre el maduro corazón de mi bello amor,
para sentir para siempre su suave henchirse y caer,
despierto por siempre en una dulce inquietud
silencioso, silencioso para escuchar su tierno respirar,
y así vivir por siempre o si no, desvanecerme en la muerte.
Bright
star, would I were stedfast as thou art,
not in lone
splendour hung aloft the night
and
watching, with eternal lids apart,
like
nature's patient, sleepless eremite,
the moving
waters at their priestlike task
of pure
ablution round earth's human shores,
or gazing
on the new soft-fallen mask
of snow upon
the mountains and the moors.
No, yet
still stedfast, still unchangeable,
pillow'd
upon my fair love's ripening breast,
to feel for
ever its soft fall and swell,
awake for
ever in a sweet unrest,
still,
still to hear her tender-taken breath,
and so live
ever, or else swoon to death.
sábado, 22 de diciembre de 2012
- Clarice Lispector - Las Aguas del Mar -
Ahí está él, el mar, la más
ininteligible de las existencias no humanas. Y aquí está la mujer, de pie en la
playa, el más ininteligible de los seres vivos. Como el ser humano un día hizo una
pregunta sobre sí mismo, se volvió el más ininteligible de los seres vivos.
Ella y el mar.
Sólo podría haber un encuentro de
sus misterios si uno se entregara al otro: la entrega de dos mundos incognoscibles
hecha con la confianza con que se entregarían dos comprensiones.
Ella mira el mar, es lo que puede
hacer. Él sólo está delimitado para ella por la línea del horizonte, es decir,
por su incapacidad humana de ver la curvatura de la tierra.
Son las seis de la mañana. Sólo
un perro suelto vacila en la playa, un perro negro. ¿Por qué es que un perro es
tan libre? Porque es el misterio vivo que no se indaga. La mujer vacila porque
va a entrar.
Su cuerpo se consuela con su
propia exigüidad en relación a la amplitud del mar porque es la exigüidad del
cuerpo la que le permite mantenerse caliente y es esa exigüidad la que la
vuelve pobre y libre, con su parte de libertad de perro en la arena. Ese cuerpo
entrará en el frío ilimitado que sin rabia ruge en el silencio de las seis de
la mañana. La mujer no lo sabe, pero está cumpliendo una resolución. Con la
playa vacía, a esa hora de la mañana, no tiene el ejemplo de otros humanos que
transforme la entrada en el mar en el simple juego liviano de vivir. Está sola.
El mar salado no está solo porque es salado y grande, y eso es una realización.
A esa hora, ella se conoce todavía menos de lo que conoce al mar. Su coraje es
el de, no conociéndose, no obstante proseguir. No conocerse es fatal, y no
conocerse exige coraje.
Va entrando. El agua salada es de
un frío tal que le eriza en ritual las piernas. Pero una alegría fatal —la
alegría es una fatalidad— ya la atrapó, aunque ni se le ocurre sonreír. Por el
contrario, está muy seria. El olor a marejada embriagadora la despierta de sus
más adormecidos sueños seculares. Y ella ahora está alerta, incluso sin pensar.
La mujer es ahora compacta y leve y aguda –y se abre camino en la gelidez que,
líquida, se le opone y al mismo tiempo la deja entrar, como en el amor, en el
que la oposición puede ser un pedido.
El andar lento aumenta su coraje
secreto. Y de repente se deja cubrir por la primera ola. La sal, el yodo, todo
líquido, la dejan ciega por unos instantes, escurriéndose toda —espantada, fertilizada.
Ahora el frío se transforma en frígido.
Avanzando, ella abre el mar por la mitad. Ya no necesita coraje, ahora ya es
antigua en el ritual. Sumerge la cabeza dentro del brillo del mar y emerge una
cabellera que se escurre sobre los ojos salados que arden. Juega con la mano en
el agua, pausada, los cabellos al sol ya se están endureciendo de sal. Con el
cuenco de las manos hace lo que siempre hizo en el mar, y con la altivez de los
que nunca darán explicaciones, ni siquiera a sí mismos: con el cuenco de las
manos lleno de agua, bebe a grandes tragos, buenos.
Era eso lo que le estaba faltando:
el mar por dentro, como el líquido espeso de un hombre. Ahora ella es igual a
sí misma. La garganta alimentada se cierra por la sal, los ojos enrojecen por
el sol, las olas suaves la golpean y vuelven, porque ella es una escollera compacta.
Se sumerge de nuevo, de nuevo
bebe más agua, ahora sin avidez, porque ya no la necesita. Es la amante que
sabe que volverá a tenerlo todo. El sol se abre más y la eriza al secarla, ella
vuelve a zambullirse: está cada vez menos ávida y menos aguda. Ahora sabe lo
que quiere. Quiere estar de pie, quieta en el mar. Y así se queda. Como contra
los flancos de un barco, el agua golpea, vuelve, golpea. La mujer no recibe
transmisiones. No necesita comunicarse.
Después, camina dentro del agua,
de regreso a la playa. No está caminando sobre las aguas —ah, nunca haría eso
después de que hace milenios ya anduvieron sobre las aguas— pero nadie le quita:
caminar dentro de las aguas. A veces el mar le opone resistencia, empujándola con
fuerza hacia atrás, pero entonces la proa de la mujer avanza un poco más dura y
áspera.
Y ahora pisa la arena. Sabe que está
brillante de agua, y de sal y de sol. Aunque lo olvide de aquí a unos minutos,
nunca podrá perder todo eso. Y sabe de algún modo oscuro que sus cabellos
escurridos son los de un náufrago. Porque sabe, sabe que corrió un peligro. Un
peligro tan antiguo como el ser humano.
viernes, 21 de diciembre de 2012
- Julio Cortázar - Happy New Year -
Mira, no pido mucho,
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.
Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestás tu mano en esta noche
de fìn de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones técnicas.
Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.
Así la tomo y la sostengo,
como si de ello dependiera
muchísimo del mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres.
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