La luz mala se ha avecinado y nada es cierto. Y si pienso en
todo lo que leí acerca del espíritu. Cerré los ojos, vi cuerpos
luminosos que giraban en la niebla, en el lugar de las ambiguas
vecindades. No temas, nada te sobrevendrá, ya no hay violadores de
tumbas. El silencio, el silencio siempre, las monedas de oro del sueño.
Hablo
como en mí se habla. No mi voz obstinada en parecer una voz humana
sino la otra que atestigua que no he cesado de morar en el bosque.
Si
vieras a la que sin ti duerme en un jardín en ruinas en la memoria.
Allí yo, ebria de mil muertes, hablo de mí conmigo sólo por saber si es
verdad que estoy debajo de la hierba. No sé los nombres. ¿A quién le
dirás que no sabes? Te deseas otra. La otra que eres se desea otra. ¿Qué
pasa en la verde alameda? Pasa que no es verde y ni siquiera hay una
alameda. Y ahora juegas a ser esclava para ocultar tu corona ¿otorgada
por quién?, ¿quién te a ungido?, ¿quién te ha consagrado? El invisible
pueblo de la memoria más vieja. Perdida por propio designio, has
renunciado a tu reino por las cenizas. Quien te hace doler te recuerda
antiguos homenajes. No obstante, lloras funestamente y evocas tu locura y
hasta quisieras extraerla de ti como si fuese una piedra, a ella, tu
solo privilegio. En un muro blanco dibujas las alegorías del reposo, y
es siempre una reina loca que yace bajo la luna sobre la triste hierba
del viejo jardín. Pero no hables de los jardines, no hables de la luna,
no hables de la rosa, no hables del mar. Habla de lo que sabes. Habla
de lo que vibra en tu médula y hace luces y sombras en tu mirada, habla
del dolor incesante de tus huesos, habla del vértigo, habla de tu
respiración, de tu desolación, de tu traición. Es tan oscuro, tan en
silencio el proceso a que me obligo. Oh habla del silencio.
De
repente poseída por un funesto presentimiento de un viento negro que
impide respirar, busqué el recuerdo de alguna alegría que me sirviera de
escudo, o de arma de defensa, o aun de ataque. Parecía el Eclesiastés:
busqué en todas mis memorias y nada, nada debajo de la aurora de dedos
negros. Mi oficio (también en el sueño lo ejerzo) es conjurar y
exorcizar. ¿A qué hora empezó la desgracia? No quiero saber. No quiero
más que un silencio para mí y las que fui, un silencio como la pequeña
choza que encuentran en el bosque los niños perdidos. Y qué sé yo qué ha
de ser mí si nada rima con nada.
Te despeñas. Es
el sinfín desesperante, igual y no obstante contrario a la noche de los
cuerpos donde apenas un manantial cesa aparece otro que reanuda el fin
de las aguas.
Sin el perdón de las aguas no puedo vivir. Sin el mármol final del cielo no puedo morir.
En ti es de noche. Pronto asistirás al animoso encabritarse del animal que eres. Corazón de la noche, habla.
Haberse
muerto en quien se era y en quien se amaba, haberse y no haberse dado
vuelta como un cielo tormentoso y celeste al mismo tiempo.
Hubiese querido más que esto y a la vez nada.
Va
y viene diciéndose solo en solitario vaivén. Un perderse gota a gota
el sentido de los días. Señuelos de conceptos. Trampas de vocales. La
razón me muestra la salida del escenario donde levantaron una iglesia
bajo la lluvia: la mujer-loba deposita a su vástago en el umbral y huye.
Hay una luz tristísima de cirios acechados por un soplo maligno. Llora
la niña loba. Ningún dormido la oye. Todas las pestes y las plagas
para los que duermen en paz.
Esta voz ávida venida
de antiguos plañidos. Ingenuamente existes, te disfrazas de pequeña
asesina, te das miedo frente al espejo. Hundirme en la tierra y que la
tierra se cierre sobre mí. Éxtasis innoble. Tú sabes que te han
humillado hasta cuando te mostraban el sol. Tú sabes que nunca sabrás
defenderte, que sólo deseas presentarles el trofeo, quiero decir tu
cadáver, y que se lo coman y se lo beban.
Las moradas del consuelo, la consagración de la inocencia, la alegría inadjetivable del cuerpo.
Si
de pronto una pintura se anima y el niño florentino que miras
ardientemente extiende una mano y te invita a permanecer a su lado en la
terrible dicha de ser un objeto a mirar y admirar. No (dije), para ser
dos hay que ser distintos. Yo estoy fuera del marco pero el modo de
ofenderse es el mismo.
Briznas, muñecos sin cabeza,
yo me llamo, yo me llamo toda la noche. Y en mi sueño un carromato de
circo lleno de corsarios muertos en sus ataúdes. Un momento antes, con
bellísimos atavíos y parches negros en el ojo, los capitanes saltaban
de un bergantín a otro como olas, hermosos como soles.
De
manera que soñé capitanes y ataúdes de colores deliciosos y ahora que
tengo miedo a causa de todas las cosas que guardo, no un cofre de
piratas, no un tesoro bien enterrado, sino cuantas cosas en movimiento,
cuantas pequeñas figuras azules y doradas gesticulan y danzan (pero
decir no dicen), y luego está el espacio negro --déjate caer, déjate
caer--, umbral de la más alta inocencia o tal vez tan sólo de la locura.
Comprendo mi miedo a una rebelión de las pequeñas figuras azules y
doradas. Alma partida, alma compartida, he vagado y errado tanto para
fundar uniones con el niño pintado en tanto que objeto a contemplar, y
no obstante, luego de analizar los colores y las formas, me encontré
haciendo el amor con un muchacho viviente en el mismo momento que el del
cuadro se desnudaba y me poseía detrás de mis párpados cerrados.
Sonríe
y yo soy una minúscula marioneta rosa con un paraguas celeste yo entro
por su sonrisa yo hago mi casita en su lengua yo habito en la palma de
su mano cierra sus dedos un polvo dorado un poco de sangre adiós oh
adiós.
Como una voz no lejos de la noche arde el
fuego más exacto. Sin piel ni huesos andan los animales por el bosque
hecho cenizas. Una vez el canto de un solo pájaro te había aproximado
al calor más agudo. Mares y diademas, mares y serpientes. Por favor,
mira cómo la pequeña calavera de perro suspendida del cielo raso
pintado de azul se balancea con hojas secas que tiemblan en torno a
ella. Grietas y agujeros en mi persona escapada de un incendio.
Escribir es buscar en el tumulto de los quemados el hueso del brazo que
corresponda al hueso de la pierna. Miserable mixtura. Yo restauro, yo
reconstruyo, yo ando así de rodeada de muerte. Y es sin gracia, sin
aureola, sin tregua. Y esa voz, esa elegía a una causa primera: un
grito, un soplo, un respirar entre dioses. Yo relato mi víspera. ¿Y qué
puedes tú? sales de tu guarida y no entiendes. Vuelves a ella y ya no
importa entender o no. Vuelves a salir y no entiendes. No hay por donde
respirar y tú hablas del soplo de los dioses.
No
me hables del sol porque me moriría. Llévame como a una princesita
ciega, como cuando lenta y cuidadosamente se hace el otoño en un jardín.
Vendrás
a mí con tu voz apenas coloreada por un acento que me hará evocar una
puerta abierta, con la sombra de un pájaro de bello nombre, con lo que
esa sombra deja en la memoria, con lo que permanece cuando avientan las
cenizas de una joven muerta, con los trazos que duran en la hoja
después de haber borrado un dibujo que representaba una casa, un árbol,
el sol y un animal.
Si no vino es porque no vino.
Es como hacer el otoño. Nada esperabas de su venida. Todo lo esperabas.
Vida de tu sombra ¿qué quieres? Un transcurrir de fiesta delirante, un
lenguaje sin límites, un naufragio en tus propias aguas, oh avara.
Cada
hora, cada día, yo quisiera no tener que hablar. Figuras de cera los
otros y sobre todo yo, que soy más otra que ellos. Nada pretendo en este
poema si no es desanudar mi garganta.
Rápido, tu
voz más oculta. Se transmuta, te transmite. Tanto que hacer y yo me
deshago. Te excomulgan de ti. Sufro, luego no sé. En el sueño el rey
moría de amor por mí. Aquí, pequeña mendiga, te inmunizan. (Y aún tienes
cara de niña; varios años más y no le caerás en gracia ni a los
perros.)
mi cuerpo se abría al conocimiento de mi estar
y de mi ser confusos y difusos
mi cuerpo vibraba y respiraba
según un canto ahora olvidado
yo no era aún la fugitiva de la música
yo no sabía el lugar del tiempo
y el tiempo del lugar
en el amor yo me abría
y ritmaba los viejos gestos de la amante
heredera de la visión
de un jardín prohibido
La
que soñó, la que fue soñada. Paisajes prodigiosos para la infancia más
fiel. A falta de eso --que no es mucho-- , la voz que injuria tiene
razón.
La tenebrosa luminosidad de los sueños ahogados. Agua dolorosa.
El
sueño demasiado tarde, los caballos blancos demasiado tarde, el
haberme ido con una melodía demasiado tarde. La melodía pulsaba mi
corazón y yo lloré la pérdida de mi único bien, alguien me vio llorando
en el sueño y yo expliqué (dentro de lo posible), palabras buenas y
seguras (dentro de lo posible). Me adueñé de mi persona, la arranqué
del hermoso delirio, la anonadé a fin de serenar el terror que alguien
tenía a que me muriera en su casa.
¿Y yo? ¿A cuántos he salvado yo?
El haberme prosternado ante el sufrimiento de los demás, el haberme acallado en honor de los demás.
Retrocedía
mi roja violencia elemental. El sexo a flor de corazón, la vía del
éxtasis entre las piernas. Mi violencia de vientos rojos y de vientos
negros. Las verdaderas fiestas tienen lugar en el cuerpo y en los
sueños.
Puertas del corazón, pero apaleado, veo un
templo, tiemblo, ¿qué pasa? No pasa. Yo presentía una escritura total.
El animal palpitaba en mis brazos con rumores de órganos vivos, calor,
corazón, respiración, todo musical y silencioso al mismo tiempo. ¿Qué
significa traducirse en palabras? Y los proyectos de perfección a largo
plazo; medir cada día la probable elevación de mi espíritu, la
desaparición de mis faltas gramaticales. Mi sueño es un sueño sin
alternativas y quiero morir al pie de la letra del lugar común que
asegura que morir es soñar. La luz, el vino prohibido, los vértigos,
¿para quién escribes? Ruinas de un templo olvidado. Si celebrar fuera
posible.
Visión enlutada, desgarrada, de un jardín
con estatuas rotas. Al filo de la madrugada los huesos te dolían. Tú te
desgarras. Te los prevengo y te lo previne. Tú te desarmas. Te lo
digo, te lo dije. Tú te desnudas. Te desposees. Te desunes. Te lo
predije. De pronto se deshizo: ningún nacimiento. Te llevas, te
sobrellevas. Solamente tú sabes de este ritmo quebrantado. Ahora tus
despojos, recogerlos uno a uno, gran hastío, en dónde dejarlos. De
haberla tenido cerca, hubiese vendido mi alma a cambio de
invisibilizarme. Ebria de mí, de la música, de los poemas, por qué no
dije del agujero de ausencia. En un himno harapiento rodaba el llanto
por mi cara. ¿Y por qué no dicen algo? ¿Y para qué este gran silencio?