I
Canto el calor con rostro de recién nacido, el calor desesperado.
II
A la vez que el pan que parte el hombre, ser la belleza del alba.
III
Aquél que se confía en el girasol no meditará dentro de la casa. Todos los pensamientos del amor serán sus pensamientos.
IV
En el círculo de la golondrina una tempestad se informa, un jardín se prepara.
V
Habrá siempre una gota de agua para durar más que el sol sin que el ascendiente del sol sea quebrantado.
VI
Produce aquello que el conocimiento quiere mantener secreto, el conocimiento con sus cien pasadizos.
VII
Aquello que viene al mundo para no perturbar nada no merece ni consideraciones ni paciencia.
VIII
¿Cuánto durará esta falta del hombre, agonizante en el centro de la creación porque la creación lo ha despedido?
IX
Cada casa era una estación. Así se repetía la ciudad. Todos los habitantes juntos sólo conocían el invierno, a pesar de su carne recalentada, a pesar del día que no se iba.
X
Eres en tu esencia constantemente poeta, constantemente estás en el cénit de tu amor, constantemente ávido de verdad y de justicia. Es sin duda un mal necesario que no puedas serlo asiduamente en tu conciencia.
XI
Harás del alma que no existe un hombre mejor que ella.
XII
Mira la imagen temeraria donde se baña tu país, ese placer que te ha escapado, por mucho tiempo.
XIII
Numerosos son aquéllos que esperan que el escollo los subleve, que el fin los atraviese, para definirse.
XIV
Agradece a aquél que no se ocupa de tu remordimiento. Eres su igual.
XV
Las lágrimas desprecian a su confidente.
XVI
Queda una profundidad mensurable allí donde la arena subyuga al destino.
XVII
Amor mío, poco importa que yo haya nacido: tú te vuelves visible en el lugar donde yo desaparezco.
XVIII
Podés caminar, sin engañar al pájaro, desde el corazón del árbol hasta el éxtasis del fruto.
XIX
Lo que te recibe a través del placer no es sino la gratitud mercenaria del recuerdo. La presencia que has elegido no produce el adiós.
XX
No te curves sino para amar. Si mueres, amas todavía.
XXI
Las tinieblas que te infundes están regidas por la lujuria de tu ascendiente solar.
XXII
No hagas caso de aquellos a cuyos ojos el hombre pasa por ser una etapa del color sobre la espalda atormentada de la tierra. Que ellos devanen su largo memorial. La tinta del atizador y el rubor de la nube no son sino uno.
XXIII
No es digno del poeta abusar de la credulidad del cordero, investir su lana.
XXIV
Si habitamos un relámpago, es el corazón de la eternidad.
XXV
Ojos que, creyendo inventar un día, habéis despertado al viento, qué puedo yo por vosotros, yo soy el olvido.
XXVI
Poesía, la vida futura en el interior del hombre recalificado.
XXVII
Una rosa para que llueva. Al final de innumerables años, ése es tu deseo.