Every phrase and every sentence is an end and a beginning.

Every poem an epitaph.

/ T.S.Eliot /


miércoles, 6 de junio de 2012

- Georges Perec -





Algo se rompía, algo se ha roto. Ya no te sientes --¿cómo decirlo?-- sostenido: algo que, te parecía, te parece, te ha confortado hasta entonces, te ha alegrado el corazón, el sentimiento de tu existencia, de tu importancia casi, la impresión de estar adherido, de nadar en el mundo, de pronto te abandona. No eres sin embargo de esos que se pasan las horas de vigilia preguntándose si existen, y por qué, de dónde vienen, qué son, adónde van. Las inquietudes metafísicas no han marcado notablemente los rasgos de tu noble rostro. Pero nada queda de esa trayectoria como de flecha, de ese movimiento hacia adelante en el cual se te ha invitado, desde siempre, a reconocer tu vida, es decir, su sentido, su verdad, su tensión: un pasado rico en experiencias fecundas, en lecciones bien aprendidas, en radiantes recuerdos de infancia, en espléndidos gozos campestres, en estimulantes vientos marinos, un presente denso, compacto, comprimido como un muelle, un futuro generoso, reverdeciente, airoso. Tu pasado, tu presente, tu futuro se confunden. Esto es tu vida. Esto te pertenece. Puedes hacer el inventario exacto de tu escasa fortuna, el balance preciso de tu primer cuarto de siglo. Tienes veinticinco años y veintinueve dientes, tres camisas y ocho calcetines, algunos libros que ya no lees, algunos discos que ya no escuchas. No tienes ganas de acordarte de otra cosa, ni de tu familia, ni de tus estudios, ni de tus amores, ni de tus amigos, ni de tus vacaciones, ni de tus proyectos. Has viajado y no has traído nada de tus viajes. Estás sentado y no quieres más que esperar, sólo esperar hasta que no haya nada que esperar: que llegue la noche, que suenen las horas, que los días pasen, que los recuerdos se borren. Más tarde, llega el día del examen y no te levantas. No es un gesto premeditado, no es un gesto siquiera, sino una ausencia de gesto, un gesto que no realizas, gestos que evitas realizar. Tú no te mueves en absoluto, te quedas en la cama, vuelves a cerrar los ojos. Otros despertadores comienzan a sonar en las habitaciones contiguas. Tú no te mueves. No te moverás. Otro, un doble fantasmagórico y meticuloso hace, quizá, en tu lugar, uno a uno, los gestos que tú ya no haces: se levanta, se lava, se afeita, se viste, se va. Lo dejas lanzarse por las escaleras, correr por la calle, atrapar el autobús al vuelo, llegar a la hora indicada, jadeante, triunfal, a las puertas del aula. No tienes ganas de ver a nadie, ni de hablar, ni de pensar, ni de salir, ni de moverte. En día como éste, un poco después, o un poco antes, descubres sin sorpresa que algo no funciona, que, para hablar sin reticencias, no sabes vivir, que no sabrás jamás. Algo se rompía, algo se ha roto. Ya no te sientes --¿cómo decirlo?-- sostenido: algo que, te parecía, te parece, te ha confortado hasta entonces, te ha alegrado el corazón, el sentimiento de tu existencia, de tu importancia casi, la impresión de estar adherido, de nadar en el mundo, de pronto te abandona.

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