Era de madrugada, apenas las tres. No había ninguna luz en las casas de la vecindad: la ventana de mi cuarto de trabajo era la única iluminada. Hacía frío, pero a veces me gusta trabajar con la ventana abierta: mirar las estrellas descansa y apacigua el ánimo, como si uno escuchara una melodía muy vieja y muy querida. El único rumor que turbaba el silencio era el leve rozar de la pluma sobre el papel. De pronto…
“¿Y eso?”
De pronto un crujido. Un crujido en la silla enfrente mio, la silla que siempre ocupan los que vienen a charlar conmigo.
“Qué ruido más raro… Crujió igual como si alguien se hubiera sentado…”
-- Pero…
(Una figura comienza a materializarse en la silla frente al escritor. Al principio transparente, va tomando consistencia hasta que aparece un hombre sentado en la silla.)
-- Es como para creer en fantasmas…
Pero no, aquel hombre no tenía nada de fantasmal… Aquellas manos de piel algo rugosa, con las venas netamente marcadas, eran bien reales, bien de este mundo. También la ropa que vestía era algo concreto, tangible. Aunque de un material como nunca vi; no se parecía ni a la lana ni al algodón, ni al nylon ni a ningún otro plástico. Alcé los ojos, y mi mirada encontró la suya. Apartó los ojos, y por un momento miró los muebles, los libros, las fotos en la pared.
-- Estoy en la Tierra, supongo…
No atiné a contestarle. Tan extraña había sido su aparición. Pero volvió a mirarme y no sé porque me sentí raramente reconfortado. No he visto nunca mirada semejante. La mirada de un hombre que había visto tanto que había llegado a comprenderlo todo.
-- No necesitas contestarme, ya sé que estoy en la Tierra. A mitad del siglo XX, alrededor de 1957.
Esto último lo dijo mirando los libros sobre la mesa. Y las revistas: había un magazine de actualidad con la foto de Krushchev en la tapa.
-- Veo que escribes mucho… ¿Qué haces?
-- Este… soy guionista… guionista de historietas…
-- Guionista de historietas… esto sí que es una casualidad… Entre tantas otras casas, venir a dar justamente con esta…
-- Este… ¿quién eres tú?
-- Hum… no es fácil contestar esa pregunta… Podría darte centenares de nombres. Y no te mentiría: todos han sido míos. Pero quizá el que te resulte más comprensible sea el que me puso una especie de filósofo, de fines del siglo XXI… el “Eternauta” me llamó él… para explicar en una sola palabra mi condición de navegante del tiempo, de viajero de la eternidad. Mi triste y desolada condición de peregrino de los siglos. He tenido suerte al llegar aquí… presiento que, después de tanto tiempo podré descansar un poco… ¿Me darás un lugar, verdad? No necesito otra cosa que un rincón para reponerme… porque estoy cansado, terriblemente cansado. Y necesito descansar para poder seguir buscando… Porque eso es lo que hago siempre, buscar, buscar, buscar…
Había ahora angustia en la voz de antes tan serena. Pero mis pensamientos estaban concentrados en el problema que se me presentaba. Mi casa es pequeña, y no tengo lugar para huéspedes.
-- Sé lo que estás pensando. Antes de rechazarme, antes de decirme que no, déjame contarte mi historia. Cuando te la cuente, todo se te explicará, incluso esta extraña forma mía de aparecer. Y estoy seguro que querrás ayudarme… Escucha…
Escuché; todo el resto de aquella noche no hice otra cosa que escuchar. Tal como él lo dijo, cuando concluyó ya todo estaba claro. Tan claro como para llenarme de pavor. Tan claro como para sentir por él una enorme piedad. Pero no adelantaré nada: ¡Quiero dar a conocer la historia del Eternauta tal como él me la contó!
“¿Y eso?”
De pronto un crujido. Un crujido en la silla enfrente mio, la silla que siempre ocupan los que vienen a charlar conmigo.
“Qué ruido más raro… Crujió igual como si alguien se hubiera sentado…”
-- Pero…
(Una figura comienza a materializarse en la silla frente al escritor. Al principio transparente, va tomando consistencia hasta que aparece un hombre sentado en la silla.)
-- Es como para creer en fantasmas…
Pero no, aquel hombre no tenía nada de fantasmal… Aquellas manos de piel algo rugosa, con las venas netamente marcadas, eran bien reales, bien de este mundo. También la ropa que vestía era algo concreto, tangible. Aunque de un material como nunca vi; no se parecía ni a la lana ni al algodón, ni al nylon ni a ningún otro plástico. Alcé los ojos, y mi mirada encontró la suya. Apartó los ojos, y por un momento miró los muebles, los libros, las fotos en la pared.
-- Estoy en la Tierra, supongo…
No atiné a contestarle. Tan extraña había sido su aparición. Pero volvió a mirarme y no sé porque me sentí raramente reconfortado. No he visto nunca mirada semejante. La mirada de un hombre que había visto tanto que había llegado a comprenderlo todo.
-- No necesitas contestarme, ya sé que estoy en la Tierra. A mitad del siglo XX, alrededor de 1957.
Esto último lo dijo mirando los libros sobre la mesa. Y las revistas: había un magazine de actualidad con la foto de Krushchev en la tapa.
-- Veo que escribes mucho… ¿Qué haces?
-- Este… soy guionista… guionista de historietas…
-- Guionista de historietas… esto sí que es una casualidad… Entre tantas otras casas, venir a dar justamente con esta…
-- Este… ¿quién eres tú?
-- Hum… no es fácil contestar esa pregunta… Podría darte centenares de nombres. Y no te mentiría: todos han sido míos. Pero quizá el que te resulte más comprensible sea el que me puso una especie de filósofo, de fines del siglo XXI… el “Eternauta” me llamó él… para explicar en una sola palabra mi condición de navegante del tiempo, de viajero de la eternidad. Mi triste y desolada condición de peregrino de los siglos. He tenido suerte al llegar aquí… presiento que, después de tanto tiempo podré descansar un poco… ¿Me darás un lugar, verdad? No necesito otra cosa que un rincón para reponerme… porque estoy cansado, terriblemente cansado. Y necesito descansar para poder seguir buscando… Porque eso es lo que hago siempre, buscar, buscar, buscar…
Había ahora angustia en la voz de antes tan serena. Pero mis pensamientos estaban concentrados en el problema que se me presentaba. Mi casa es pequeña, y no tengo lugar para huéspedes.
-- Sé lo que estás pensando. Antes de rechazarme, antes de decirme que no, déjame contarte mi historia. Cuando te la cuente, todo se te explicará, incluso esta extraña forma mía de aparecer. Y estoy seguro que querrás ayudarme… Escucha…
Escuché; todo el resto de aquella noche no hice otra cosa que escuchar. Tal como él lo dijo, cuando concluyó ya todo estaba claro. Tan claro como para llenarme de pavor. Tan claro como para sentir por él una enorme piedad. Pero no adelantaré nada: ¡Quiero dar a conocer la historia del Eternauta tal como él me la contó!
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