Frescor de los vidrios al apoyar la frente en la ventana. Luces trasnochadas que al apagarse nos dejan todavía más solos. Telaraña que los alambres tejen sobre las azoteas. Trote hueco de los jamelgos que pasan y nos emocionan sin razón.
¿A qué nos hace recordar el aullido de los gatos en celo, y cuál será la intención de los papeles que se arrastran en los patios vacíos? Hora en que los muebles viejos aprovechan para sacarse las mentiras, y en que las cañerías tienen gritos estrangulados, como si se asfixiaran dentro de las paredes. A veces se piensa, al dar vuelta la llave de la electricidad, en el espanto que sentirán las sombras, y quisiéramos avisarles para que tuvieran tiempo de acurrucarse en los rincones. Y a veces las cruces de los postes telefónicos, sobre las azoteas, tienen algo de siniestro y uno quisiera rozarse a las paredes, como un gato o como un ladrón. Noches en las que desearíamos que nos pasaran la mano por el lomo, y en las que súbitamente se comprende que no hay ternura comparable a la de acariciar algo que duerme.
2 comentarios:
Hola Parodi, hoy ya no hay tranvias para leer poemas en el viaje. Otros dinosaurios urbanos han ganado la evolución dejando sus huellas de rieles acentados en empedrados grises, que aun no han recibido debida sepultura bajo el asfalto. Como los caramelos Redomé, los tranvias,se han convertido en una especie en extinción. Solo nos queda de saberlo, de esos veinte poemas Girondinos,un rumor de hojarazca y un sabor en la boca muy parecido a un beso,Nocturno.
Gracias por traerlo.
Saludos
Un sabor en la boca de poesía en estado puro. Oliverio Girondo, profundo y necesario.
Gracias por estar siempre.
Todo mi cariño.
V.
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