Escribir sin contar es como vivir sin vida. Las palabras
serán inocentes, pero no su relación. El contador traza una columna del 'debe'
y otra del 'haber' y en la última anota los silencios que supo conseguir. Con
las caras de una palabra quisiera hacer piedras y mirarlas todas hasta el fin
de mis días. Esas caras siempre tienen otras fugitivas de la boca. Morder la
piedra, entonces, es la tarea del poeta, hasta que sangren las encías de la
noche. En esa noche navegará sin rumbo fijo, desconfiado de todo, en especial
de sí, mirando espejos que cantan como sirenas que no existen. El poeta se
atará al palo mayor de su ignorancia para no caer en sí mismo, sino en otro
país de aventura mayor, muerto de miedo y vivo de esperanza. Sólo el dolor lo
unirá muertovivo al vacío lleno de rostros y verá que ninguno es el suyo. Y
todos serán libres.
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