Ahora podía sumirse en la soledad que tanto había deseado, la soledad más profunda que nadie puede imaginar, una soledad que hacía nacer en su corazón unos sentimientos totalmente desconocidos y nuevos para el hombre. Cuando se detenía para no oírse a sí mismo, el silencio era absoluto y perfecto: una ausencia total de sonidos como jamás había existido y jamás podría existir en ningún otro sitio. Ni un soplo de aire rozaba los árboles, ni siquiera el más sutil del mundo; no había ni un solo murmullo, ni un solo canto de pájaro. Era el silencio puro, el silencio eterno lo que escuchaba.
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