Al salir, me perdí. En seguida fue demasiado tarde para retroceder. Me hallaba en el medio de una planicie. Y por todas partes circulaban grandes ruedas. Su tamaño era cien veces el mío. Y otras eran aún más grandes. Casi sin mirarlas, cuando se acercaban yo bisbiseaba suavemente, como para mí mismo:"Rueda, no me aplastes. Rueda, te lo suplico, no me aplastes. Rueda, por favor, no me aplastes." Llegaban levantando un viento potente y volvían a partir. Yo temblaba. Desde hace meses así:"Rueda, no me aplastes. Rueda, esta vez tampoco me aplastes." ¡Y nadie interviene! ¡Y nada puede detener esto! Permaneceré allí hasta mi muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario