Sé que en algún
rincón de mí, hay un diablo que no puede morir. No me hace falta un
oído aguzado para las torturas refinadas ni tampoco el sentido del
gusto para el vinagre de la sangre, sino solamente el silencio sordo
que presagia un quejido prolongado. Entonces reconozco el peligro. Y si
me vuelvo hacia el Mal despótico y envilecedor, sube por los aires, al
cerebro, a las paredes, divinidad súbita, severa y destructora. Estás inmóvil y esperas. Te estás esperando. Pero ¿qué vas a hacer
contigo? ¿Qué te vas a decir, rodeado como estás de tanto no-decir? ¿Qué pasa a través del silencio? ¿Quién pasa? Es tu mal que está
pasando a través de ti, fuera de ti, es una omnipresencia de tu
misterio negativo. ¿Piensas en lo que
quieres ser? Tus pesares no tiene futuro. Ni ningún futuro es tuyo. En
el tiempo ya no tienes cabida; en el tiempo yace el horror. Y entonces te vas. Al marcharte te olvidas. Y en tu caminar eres otro y siendo, ya no eres.
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