Dije una vez que escribir es una maldición. No me acuerdo exactamente porqué lo dije, y con sinceridad. Hoy repito: es una maldición, pero una maldición que salva. No me estoy refiriendo del todo a escribir para el periódico, sino a escribir aquello que eventualmente puede transformarse en un cuento o en una novela. Es una maldición porque obliga y arrastra como un vicio penoso del cual es casi imposible librarse, pues nada lo sustituye. Y es una salvación. Salva el alma presa, salva a la persona que se siente inútil, salva el día que se vive y que nunca se entiende a menos que escriba. Escribir es intentar enteder, es intentar reproducir lo irreproducible, es sentir hasta el último momento el sentimiento que permanecería apenas vago y sofocante. Escribir es también bendecir una vida que no fue bendecida.
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